domingo, 9 de octubre de 2011

DERRIDA Y LA DEMOCRACIA POR VENIR


"¿Cómo va el mundo?"
"Se desgasta, Señor, a medida que va creciendo."
Timón de Atenas. William Shakespeare.

Por Luis Domínguez Bareño.

  Un año más desde la desaparición física del gran pensador; la muerte fue un tema obsesionante en  Jacques Derrida: el judío argelino, devenido francés y recordado cosmopólita por siempre. Finalmente dejó de existir el día 9 de octubre de 2004, tras sucumbir al cáncer de páncreas que terminó por hacerle caer su pluma, por tierra rodaba su infatigable garabatería que hereda al mundo varios cientos de hojas filosóficas que siguen siendo editadas en diferentes libros; Derrida nos habla desde la tumba, desde el más allá su fantasma sigue arrojando luces al más acá, seguir creando en este mundo: la herencia derridiana es una apuesta por emplazar la razón a través de la escritura y tener (o dejar), en este mundo, todo lo que habíamos aplazado para el otro.
 La técnica de éste filósofo para abrevarse realidad nunca fue tal, ni método ni recetario epistemológico para apropiarse un conocimiento, la llamada deconstrucción derridiana es apenas un esbozo que se reafirma en el tiempo, una estrategia que pugna por ver realidades extendiéndose hacia los márgenes, busca absorver los textos extrayendo lo que nunca había sido abordado: desrealiza lo establecido infinitizando la libertad en el ámplio territorio de la textualidad. Encontrar significaciones en los límites del pensamiento, estos límites de lo escrito hacen  reinsertar sentido a todo el constructo de entendimiento implícito en lo leido: toda lectura es digna de ser leída y reentendida en el tiempo, esto hace la diferencia de la escritura con el discurso; la crítica del logocentrismo tiene su manía derridiana en la constante desestructuración que ofrece la palabra escrita: lo dicho en un tiempo guarda relación con su propia época y apaga su significado en un intervalo histórico donde los sujetos entienden por compartir un tiempo común. En cambio la escritura abre lo dicho a la intemporalidad de la interpretación que puede ir surgiendo y resurgiendo como pluralidad de interpretaciones, abre al futuro la posibilidad de seguir discutiendo lo dicho en un momento dado sin clausurar la posibilidad de entendimiento por la barrera de la circunscripción de lo dicho a un contexto claudicable.

 Sin duda, esta conversación derridiana con los textos, involucra al filósofo en una dinámica de significaciones que se van sobreponiendo sin afirmarse; pero en la madurez del pensador  hay una afirmación, una afirmación entre tantos temblores que circundan su pensamiento; algo para inquietar sin duda y, más aún, tratándose de asuntos públicos: cuestionamientos que se vieron envueltos en la esfera política. Esa afirmación derrideana es la constatación de una promesa, la retardación humana del ideal es la esperanza de algo que ha de venir después de la noche, el despertar de la democracia aún es un alba prometido por desarrollarse. Este algo por venir es afirmado y, a saber, esto es que la democracia está por venir, más bien que la democracia es una promesa, que la democracia es un porvenir sin cumplimiento.

 El tiempo político de la espera tiende sus redes hasta los mas elevados valores de nuestro omnipresente sistema mundo capitalista. Los ideales hoy monopolizados por el pensamiento ultraliberal y profundamente propagados: el derecho, la democracia, la libertad, todas esas necesidades de la dignidad humana que ahora se tasan -y jactan- en atributos del sistema liberal ¿Qué no venía la democracia de Atenas? ¿Qué no la justicia era la diké arcaica trasmutada en derecho en la Antigua Roma? ¿Qué no la libertad se afirma en la emancipación humana? emancipación de la conciencia que recorre el dialéctico camino hasta llegar a la autonomía decisitoria, la que edifica una sociedad libre para elegir materialmente como colectivo y como individuo. La esperanza política es la contestación a una realidad que no termina de procesar conceptualizaciones, la esperanza es la respuesta posthistórica a la consumación sin final de los grandes ideales no realizados; es la apertura a un futuro por venir donde habitan todos nuestros ideales por afirmarse.

 La opinión pública galopa cambiante, en el día a día de la política, como la "silueta de un fantasma, como la obsesión de la consciencia democrática"1. Este cambio desborda estructuras y cuartea normatividades con un sobrepujamiento digno de la aceleración de nuestro tiempo; por eso tenemos una insatisfacción generalizada con todas nuestras visiones totalizantes, pues esta opinión pública genera conflictos y nuevas realidades, genera derechos y poderes que deben ser engullidos por la maquinaria del Estado que ya tiene sus propios problemas en apropiarse de las demandas. Esta ubicuidad para posicionarse de la opinión pública crea crisis de representatividad en los canales legislativos de la política tradicional. La democracia no se ajusta a la realidad, a "esas acumulaciones, concentraciones, monopolios, en una palabra, a todos los fenómenos cuantitativos que pueden marginalizar o reducir al silencio aquello que no se ajusta a su escala"2.

 Por no sucumbir al desasociego nos consideramos depositarios de una tradición que contiene algo de objetualidad, nos sabemos herederos de palabras cargadas de significados humanos por realizarse, diría Derrida que esas palabras que se reciben de la tradición pero se transforman, necesitan seguirse transfigurando, por eso considera que no existe democracia pues es uno de los conceptos que mas encierran una promesa: es algo que siempre está por venir con el pensamiento, no hay acción política sin el pensamiento. Hay que remover los cimientos repensándolos: justicia no es derecho, libertad no es globalización, democracia no es representatividad. En la moderna democracia liberal hay un fracaso entre el hecho y la esencia ideal, hay un fracaso entre lo que hemos hecho y lo que nos queda por resolver; a ésto, Derrida lo conoce como un hiato donde vagabundea la idea como acontecimiento de la democracia por venir. Este mesianismo de la idea democrática es una respuesta posthistórica, una reacción violenta -como sólo la filosofía sabe violentar la palabra- contra toda la superchería liberal que habla del fin de la historia, del fin de las ideologías, del fin de las esperas y la realización, por fin, de los ideales humanos bajo el manto de la democracia liberal: toda una parte del mundo necesitado de los bienes, ya no se diga ideales, sino materiales vuelve irrealizable la toma de protesta del advenimiento de una democracia efectual; por eso la protesta derridiana, por eso la promesa democrática es "esa relación escatológica con el por-venir de un acontecimiento y de una singularidad, de una alteridad inanticipable"3. Apertura mesiánica a lo que viene, apertura y espera del que viene: "aquella o aquel para quien se debe dejar un lugar vacío, siempre, en memoria de la esperanza"4.

1. Derrida Jacques, El otro cabo. La democracia para otro día, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1992, p.85
2. Ibid.
3. Derrida Jacques, Espectros de Marx. El Estado de la deuda, el trabajo y la nueva internacional, Trotta, Madrid, 1995, p.79.
4.Ibid.