martes, 18 de octubre de 2011

ORTEGA Y GASSET: EL QUIJOTE DE LA CIRCUNSTANCIA

Por: Luis Domínguez Bareño







Las verdades, una vez sabidas, adquieren una costra utilitaria;
no nos interesan ya como verdades, sino como recetas útiles.


En el reflejo de la luz la filosofía, dentro de la filosofía la historia de los problemas y sobre los problemas hablamos. Nunca se ha desperdiciado lenguaje cuando el hombre se aboca a la discusión de sus problemas históricos y filosóficos. Nunca se ha detenido la historia por ello, pero sí hemos podido escoger nuestros senderos con mayor claridad al impregnar la historia con el pensamiento alumbrando, como disgregando cuestiones, sobre el vacío descorazonado de nuestras ilusiones y promesas no cumplidas.

“La idea es lo absoluto” concluirá abruptamente un eufórico Hegel tras cientos de páginas de indagaciones en su Filosofía de la Lógica. La idea reina aquí como la soberana de potestad incontestable que se encumbra sobre las condiciones imperantes de las circunstancias, sus facultades las ejerce resolviendo el mundo como sin antecedentes: “tomándolo desde la nada”. En la historia del pensamiento español tenemos un personaje que, en cada nueva situación, siempre gusta por tomar también al mundo desde la nada: como construyéndolo todo de nuevo con sólo volver a pensarlo. José Ortega y Gasset, mejor conocido por mártir de las circunstancia, ciervo de la vivencia y apóstol de la razón vital, es el pensador en lengua castellana que más se afanaba en la comprensión desde la vida misma, desde la vivencia. Ortega empuja el pensamiento con un filosófico deseo que es el de comprender desde dentro los asuntos que le son desde fuera; llama la atención sobre los detalles, sobre las cosas pequeñas y cotidianas que están entre nosotros como materiales dispuestos a ser disecados de su esencia para renacer en la reflexión con toda su potencia auroleada y basificada, en el contexto de un pensamiento determinado: de una idea digna de absolutizarse, de circunstanciarse, ese es el perfecto efecto creado por un hombre espejeante del Universo y siempre atento a todas esas cosas de las que puede apropiarse con sólo pensarlas y, después de retenerlas, hacerlas funcionar en nuestro espacio delimitativo lo cual es, en una palabra, nuestra circunstancia.

“La circunstancia! Circum-stantia! ¡Las cosas mudas que están en nuestro próximo derredor! Muy cerca, muy cerca de nosotros levantan sus tácitas fisonomías con un gesto de humildad y de anhelo, como menesterosas de que aceptemos su ofrenda y a la par avergonzadas por la simplicidad aparente de su donativo.1" Y el hombre circula entre las cosas como respetuoso del silencio, sintiendo el miedo natural hacia lo que le es extraño y remitiéndose a su propio pensamiento cuando se debe penetrar la naturaleza indómita que se afana en imponerle su ritmo y cantidad a la vitalidad del transéunte cercano. La realidad vital es una construcción, en ello medita quijotescamente Ortega, como convencido que la historia vital del organismo impone una lógica de apropiación pensante del individuo para con su circunstancia; no sólo se amolda el mundo a la perspectiva humana sino que, inherente a la vitalidad es la adaptación y la evolución, esto es, que el hombre también se ve definido por los cambios constantes de una realidad circunstancial que escapa recurrentemente al dominio: "la reabsorción de la circunstancia es el destino concreto del hombre. Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo2".


1 Ortega y Gasset José, Meditaciones del Quijote, Espasa-Calpe, México, 1994, P.25.
2 Op. Cit. p.30.