miércoles, 25 de febrero de 2015

“De la memoria a la historia: la política que abre futuro de Hannah Arendt.”



TÍTULO DE LA PONENCIA:
“De la memoria a la historia: la política que abre futuro de Hannah Arendt.”

PONENTE: Luis Domínguez Bareño (UABCS)

“Aquí incluso las montañas sólo parecen descansar bajo la
luz de las estrellas; son lentas, las devora en secreto el tiempo;
nada es para siempre, la inmortalidad ha huido del mundo para
encontrar una morada incierta en la oscuridad del corazón humano,
que aún tiene la capacidad de recordar y decir: para siempre.”
Rilke
    La posicionalización de la Historia en el concierto de las ciencias siempre ha sido una cuestión crítica, de primer orden para la sobrevivencia de la misma Historia como una disciplina autónoma: discurrir y escapar, a la injerencia perniciosa y omniasfixiante de encontrarse supeditada a otro conocimiento considerado “superior”, parece ser la dedicación a la que se enfocan las ciencias históricas cuando se trae a colación el debate de la cientificidad de la Historia  y su posible pertinencia como ciencia de lo concreto, de lo difuso, de lo absoluto, de lo total o de una región del conocimiento. Nos centraremos en el primer punto, imbricado en la cientificidad de la Historia; y esto obedece a la necesidad de revisar el status de racionalidad que se le asigna modernamente a la cientificidad.

1.1 LA DISPUTA FILOSÓFICA

    En la historia del pensamiento occidental se tienen por fundacional las doctrinas, postulados, teorías, ideas y muchas otras cuestiones del conocimiento a los textos nacidos del intelecto de los dos grandes filósofos de la antigüedad: Platón y Aristóteles. Dos pensadores que fueron coetáneos, maestro-alumno y que desarrollaron su vida e investigaciones en un lapso de tiempo sincrónico. Sin duda, lo que le debe el pensamiento a estos dos sabios es enorme, inabarcable de contabilizar pero también, de cierta manera, la influencia de sus ideas han permanecido hasta nuestros días, muchas veces incluso chocando contra la realidad misma lo cual ha generado dogmas sobre su pensamiento, ortodoxia venerativa del “así dijo, así es” que hemos arrastrado como una carga pesada, difícil de sobrellevar y más sin embargo mantenida inmaculada por la misma necesidad de tener un fundamento: es muy difícil simplemente tomar el mundo desde la nada y construirlo todo. Recurrir a la base sólida de lo pensado con anterioridad nos otorga la seguridad de no lanzar pinceladas en el aire, sino de asegurarnos que estamos edificando sobre unos cimientos preestablecidos y que, la perduración en el tiempo, han hecho respetarlos como la posición originaria donde todo lo demás debe continuarse. No empezar de cero y continuarse, como el problema mismo de la esencia de la historia, un tropel de acontecimientos devenidos en tiempo que nos dan la oportunidad de seleccionarlo y cortarlo, vitrina de la vida humana en sociedad que nos otorga cómoda posición de no preocuparnos por el principio ni por el fin, ni buscar resolver la odiosa pregunta ¿y de dónde viene todo esto? ¿El origen de los acontecimientos mismos dónde descansa? ¿Me interesa la historia por la afectación que hace en lo que me interesa? ¿Debo ocultar lo que hace tambalear a todo ese edificio pletórico, sostén de una tradición, pero solidificado sobre una mentira?

1.2 ARISTÓTELES Y LA MEMORIA

    Aristóteles trata el –llamémoslo así- tema histórico desde la perspectiva de la memoria, para él la memoria (mnémé/mneme) se distingue de  la reminiscencia (anámnésis/anamnesis) separación misma que confluye como la disputa constante que mantiene ante las posturas de su maestro Platón: la memoria es una afección del alma, por lo tanto algo implícito en la naturaleza del hombre, un fenómeno que acontece dentro de la estructura psíquica humana y va desarrollándose con el paso del tiempo pues mediante la temporalidad es como accedemos al recuerdo. En el presente no hay recuerdo, sino percepción[1] y, mientras el hombre percibe, es imposible conocer lo venidero o lo ya ocurrido: se concluye pues con la disección de los tiempos en un presente que hay sensación, un tiempo venidero –futuro- donde hay expectativa y, finalmente, el pasado como lo ya ocurrido que es recuerdo, lugar a donde pertenece la memoria: la memoria es del pasado.

    Este apartado conocido como  De Memoria et reminiscentia (Acerca de la memoria y la reminiscencia) se encuentra en los parva naturalia aristotélicos (llamados también Tratados Breves de Historia Natural) con lo que se entendería que la cuestión de la memoria como acción de encontrarse con el pasado es un aspecto visto desde un enfoque naturalista; es preciso recordar que la antigua cultura helénica enmarcaba todos los aspectos de la vida en cuestiones estrictamente naturales, no había la separación entre aspectos naturales y sociales, el hombre viviendo en comunidad crea lo social y, contrario al aspecto de vida moderno donde delimitamos las ciencias naturales de las sociales y los fenómenos del humano en relación a su vida en sociedad, resulta imposible concebir una relación de jerarquía social con la naturaleza sobre todo en los antiguos que pensaban que la naturaleza lo dominaba todo, no había una delimitación propiamente social, ni siquiera pensada en derivada de lo orgánico, pues la realidad se tomaba como aspecto fisiológico y de ahí se indagaban los estudios correspondientes. Incluso esta cosmovisión helénica de la naturaleza afectaba en su totalidad a la idea de la manera en que se articulaba la política y la visión de comunidad; la antigüedad está hinchada por un fervor orgánico que es el que domina la vida de los ciudadanos. La realidad es una entidad viviente y todos los miembros que la componen están ahí en función de un conjunto concordante. El organicismo tiene por lo menos dos consecuencias: en primer lugar, la comunidad como agregado y no el individuo, es el punto de partida del análisis concreto de la realidad. La formación de la sociedad es asumida como un hecho natural y se deja a un lado al individuo que no es concebido como tal. Como segunda consecuencia se presume una armonía primigenia, esto es que la unidad de la naturaleza se manifiesta en su regularidad.

    Los acontecimientos vuelven a ser de la misma manera en un cierto lapso de tiempo. Lo cual nos vuelve a colocar en la posición de una regularidad del tiempo como un advenimiento cíclico de los acontecimientos, ésta regularidad se encuentra conformada como tiempo que retorna, modelo tomado de la propia naturaleza que es ella misma un regreso al mismo punto después del transcurrir de un lapso de tiempo determinado. Es preciso entender que el modelo circular del tiempo sea una causa fundamental de que, el proceso de la memoria como pasado, sea conferido a la regularidad. Por eso la historia en sus inicios fue vista como un mero apéndice de asuntos que se repetían, paradigma del concepto de la disciplina histórica que se manifiesta en lo orgánico, la vida misma repitiéndose, en diferentes hombres y espacios cronológicos, pero siempre, sin duda, igual a sí misma en cuanto a fenómenos conocidos que se deben “rememorar”, “recordar”, para que el alma se encuentre en posibilidad de encuadrarlos en su aspecto conocido, dando una coherencia armónica en símil con la cosmología reiterativa de lo ya conocido, experimentado y, por esa misma condición, clasificable.[2]

     No es posible el pensamiento sin continuidad ni sin tiempo; la memoria no nos viene sin una imagen, lo cual seguiría el cauce interpretativo de una afección que, como se dijo antes, pertenece al entendimiento[3]. Esta imagen se figura en nosotros en sí misma, y al tiempo es imagen de otra cosa, cuando se produce la afección es en el instante preciso donde ya se tuvo el desencadenamiento de la sensación, es pues su consecuencia. Todo este aparato fisiológico donde se echa a andar el mecanismo perceptivo no es más que la definición del cuerpo actuando en su relación con el mundo, no se encuentra nuestra mente desenvolviéndose bajo ideas que preexistieran en nuestra alma y fuera cuestión sólo el de recordarlas para tener la copia sin poseerla nunca, sin acceso a la verdad, como señalaba Platón en su conceptualización misma del mundo circundante, siempre referenciado a otro mundo, el de las ideas, el del cielo, donde existía la perfección y las cosas eran conocidas en sí mismas, y las cosas de este mundo físico sólo son más que copias de ese mundo celestial donde todo es verdadero. Para Platón la reminiscencia es algo que el alma conoció y olvidó, es decir se readquiere aunque sea imperfectamente. En cambio para Aristóteles esta anámnesis o reminiscencia está en la memoria y a través de ciertos mecanismos físicos se puede reconfigurar. Aristóteles puede volver a conceptualizar la anamnesis platónica al asegurar que cuando se recupera la sensación en términos de memoria, es cuando se puede hablar de reminiscencia.

    Recordar es un tópico de la memoria, inscrito en un cierto orden que requiere un esfuerzo de experimentar procesos físicos, por eso Aristóteles desacraliza el orden celestial de la copia del objeto (pensamiento platónico) que se encuentra fuera de nuestro conocimiento pleno. Aristóteles afirma que la capacidad humana de rememorar es un proceso que tiene lugar en este mundo, y su posibilidad realizativa conforme a las cosas y la secuencia de orden en que se disponen; llama experiencia a ese proceso de recordar pasando por la reconstrucción de la secuencia que nos dirige de una cosa a otra. La diferencia que se establece entre reminisciencia y memoria es el punto crucial del por qué la historia, tal como la conocemos hoy en día, es una facultad exclusiva del hombre y, sólo a través de él existe: Aristóteles afirma que, efectivamente, hay animales que participan de la facultad de recordar[4] pero de la reminiscencia sólo participa el hombre, pues ésta se transforma -bajo la férula de una especie de inferencia- en la utilización de la inteligencia al echar mano del dispositivo rememorante que parte de una imagen presente, para asociarla con otra anterior y, a partir de estas, obtener una imagen conclusiva de lo recordado.

1.3 PREHISTORIA DE LA HISTORIA

     Se puede llegar a un final abierto de estas cuestiones con la ejemplificación de la disputa de raigambre filosófico sobre la idea de la memoria y su circunscripción al plano de la naturaleza.  Al partir de la tradición platónica, modificada en los textos aristotélicos, de que la memoria es un proceso completamente físico, el cual acaece en el cuerpo humano entendido como unidad psíquica que procesa imágenes de lo circundante y logra apropiarlas a través de la experiencia sistemática para poder traerlas en un futuro, Aristóteles anota un progreso de repercusiones extraordinarias en la historia de la filosofía. Sin duda esta vuelta recuperante para la naturaleza que hace Aristóteles, es un paso importante en la edificación de una “prehistoria de la historia”, tan de importancia para ésta, que la posibilita, otorgándole un lugar propio dentro de las ciencias. Si bien Aristóteles jamás dijo que el humano creaba algo contrapuesto y ajeno a la naturaleza –que hoy llamamos historia- si logró poner a salvo el proceso de la memoria como algo de lo que era capaz la inteligencia humana y, aunque manteniéndolo en los límites del propio desarrollo de la naturaleza, esa idea eclosionará después en este fermento de la historia como algo que crea el hombre en su plena interacción deliberativa con los de su especie: dejando muestra en las huellas, archivos y todo el cúmulo de experiencias humanas que se va testimoniando el desarrollo de los acontecimientos propios del ser humano.

II. EL PROCESO DE LA HISTORIA

     El hombre razona sobre lo que ha recordado, la indagación que se vuelve un proceso de búsqueda del conocimiento que comparte deliberando bajo el manto de un lenguaje simbólico con los de su especie, fluye y activa la capacidad de que la experiencia sea comunicada y utilizada para provecho propio o de otro sistema psíquico. Esta comunicación de la razón se entiende como experiencia capaz de ser transmitida a través del proceso del resguardo y sistematización de la memoria, entendida como información que se almacena, creando la memoria escrita capaz de situarse fuera de la mera actividad física del hombre, ya sin movernos en la naturaleza del hombre al que se aferraba el pensamiento griego, ahora nos encontramos con el mundo de los hechos que desbordan la memoria, asumiendo un carácter histórico, ¿cómo fue posible este paso? ¿El cúmulo de hechos humanos rebasó la capacidad memorística con que la naturaleza nos dotó? ¿es esto una pérdida o una ganancia? ¿Es posible la ciencia histórica? ¿cuál es su objeto de estudio en cuanto no está supeditada a la naturaleza?

2.1 HISTORIA POSIBLE

     El hombre se encuentra de pronto no sólo con el mundo de los hechos, sino que experimenta el acrecentamiento de otras realidades y una diferenciación entre el objeto, el hecho y la palabra, la significación y realización del lenguaje crea más de un sentido para cada objeto, lo cual repercute también en la nominación de ese objeto en relación a un hecho en cuanto experiencia suscitada en un espacio vital que pudiera llegar a ser digno de narrarse y, en caso de encontrar una importancia mayor, de ser materia de estudio de la Historia.

    El carácter del cientificismo de nuestra época avanzó hasta el punto en que la cuestión de la verdad se ha convertido en un asunto de enjuiciamiento sobre su pertinencia; se ha elaborado todo un andamiaje denominado método para someter la verdad al juicio de la verificación. Esta petición de verdad emite autoridad a esa afirmación de autenticidad que señalamos; en la concepción antigua del hombre no existía un “hombre creador”, no se concebía al hombre como creador. El humano sólo se cargaba de lo que la naturaleza le ofrecía y de ahí copiaba sus elementos, al hombre pues sólo lo creaba la naturaleza. Con el resquebrajamiento del paradigma antiguo es como tenemos, modernamente, a un hombre creador: creador de lenguaje, de representaciones, capaz de otorgar sentido a los hechos mismos que van suscitándose en el período vivible de su naturaleza.



2.2 DIVINIDAD EN LA HISTORIA

    La ruptura de la tradición se convierte en un asunto de primer orden en el devenir de la conciencia humana, esta conciencia se articula como resultado de la toma de partida del hombre en la historia como objeto y creador de estudio, al irse desarticulando la filosofía considerada como la ciencia primera y a la cual se supeditaban todas las demás, es que tenemos una diversificación de las cuestiones de estudio en la humanidad, los aspectos naturales comienzan a tomar forma dentro de las ciencias particulares que se refieren a los aspectos orgánicos de la vida, las hoy llamadas ciencias naturales: las cuales buscan encontrar el conocimiento que se considera inmutable al paso del tiempo, lo cual sería por ejemplo la ciencia matemática o la misma física que funcionan como regiones del saber no condicionados por la transformación que hace el tiempo del espacio natural. Como habíamos mencionado, el antiguo mundo griego escribía sólo de pasada, como algo que se plasmaba con mínima importancia y, para ejemplificar esto de manera contundente, baste con recordar como Aristóteles sólo escribía para repaso de sus alumnos y sus escritos, por los que hoy conocemos su pensamiento, fueron realizados con el exclusivo fin esotérico de que los discípulos tuvieran un apoyo de notas para las lecciones que se les inculcaban; también se debe recordar como Sócrates, el gran maestro de Atenas, despreciaba la escritura por su carácter de imitación de la realidad, sólo el logos era válido para comprender la situación: lo cual se reflejaba en una palabra meditada y puesta a prueba pública, si se erigía triunfante a la confrontación dialéctica, entonces se le otorgaba superioridad ante la mera opinión. Por lo cual cuando alguien buscaba la verdad basándose en el logos, se decía que tenía episteme, es decir conocimiento.

    La Edad Moderna pone en el relieve de importancia al tiempo y la secuenciación del mismo como el origen de nuestra conciencia histórica heredera de una tradición judeo-cristiana. Esto se manifiesta en un concepto lineal del tiempo y la idea superior de una divina providencia que otorga al tiempo histórico su coherencia bajo el mandato de un plan salvífico, esto se apoyó en la insistencia de imponer a la historia moderna un sentido religioso cristiano y sería mediante la secularización de esas categorías como se llegaría a la situación presente en el ámbito de teoría de la historia.

    La lógica interna de esta versión interpretativa alberga la inercia de que, a un plan divino al que se supedita la vida humana en la Tierra, debe seguir forzosamente un significado general donde la intervención del creador impone la secuenciación de los hechos, desarrollándolos en una delimitación temporal, con un fin y comienzo específico de la historia. Cuando se engloban los aspectos de la totalidad humana se reclama una historia universal, por lo tanto al subsumirse esa totalidad en una sola causalidad se topa uno con la filosofía de la historia, la cual encuentra por ejemplo Hannah Arendt en el texto La Ciudad de Dios –De civitate Dei- del filósofo africano San Agustín.[5]

    Arendt, en el apartado Historia e inmortalidad del libro “De la historia a la acción”, en refutación de las ideas aceptadas, asevera que en Agustín no existe la apuesta al tiempo lineal que se le adjudica al cristianismo modernamente, señala que, “es cierto que encontramos en Agustín la idea de que la Historia misma, esto es, la que tiene significado y produce sentido, puede ser separada de los eventos históricos particulares relatados en una narración cronológica”[6]. Pero Agustín sólo estaba interesado en un fenómeno histórico lineal que lo representaba la vida y muerte de Jesucristo en la Tierra y Arendt cita estas palabras de Agustín en La Ciudad de Dios: la muerte de Cristo por nuestros pecados es solamente una y, una vez resucitado de entre los muertes, no morirá más[7]. Agustín sólo reclamará unicidad para este acontecimiento en la historia, como manifestación irrepetible de la eternidad dentro de la mortalidad terrena, por lo demás nunca otorga unicidad a los acontecimientos seculares. La disputa entre paganos y cristianos llega a un momento culminante con la caída de Roma y su Imperio, acontecimiento que si bien para Agustín podía ser visto como el triunfo del cristianismo no le otorgó la importancia que sí hacía con el acontecimiento fundacional religión cristiana, la cual era la única verdad digna de necesariedad para el hombre.

     Agustín observa en los acontecimientos ajenos a la creencia religiosa carecen de validez ante lo verdaderamente irrepetible y que es representado con el nacimiento y muerte de Cristo. Después de eso, los poderes terrenales no emanados de esta autoridad divina, no representaban trascendencia pues, en el curso de los tiempos, era palpable la asunción y caída de este tipo de poder llamado, el surgimiento y declinación de estos poderes seculares podían continuar hasta el mismo fin del mundo pero ninguna nueva verdad fundamental sería ya relevada.

     Esta clausura cristiana de la trascendencia, será contra lo que se inconforme Arendt. Para ella es impensable este tipo de constreñimiento pues sería necesario negar el torrente de acontecimientos humanos que han realizado la Historia; incluso el historiador no podría, como investigador de acontecimientos únicos, no podría estarle dando vueltas sólo al único acontecimiento trascendente, desde la perspectiva agustiniana, del nacimiento de Cristo. Estos acontecimientos únicos son narraciones que tienen comienzo y fin en el enorme teatro de la historia humana, y

“la Historia es una narración que tiene muchos comienzos per ningún fin. El fin del mundo, en cualquier sentido estricto último de la palabra, sólo podría consistir en la desaparición del hombre de la faz de la tierra. Porque, sea lo que sea a lo que el historiador denomine fin, constituye un nuevo comienzo para aquellos que están vivos. La falacia de todas las profecías del fin del mundo descansa en no atender a este simple, pero fundamental, hecho”.[8]

     La tentación del historicismo de ver en la historia un relato con muchos finales pero sin comienzo es la nociva y peligrosa introducción de una filosofía en la historia, de un determinismo histórico que se vuelve profecía, aunque se revista de cientificismo.

      Arendt señala que en las ciencias políticas priva otro tipo de vocación, y esta es la búsqueda del sentido, para así poder responder a la acuciosa necesidad de comprender los datos históricos y políticos.  Señala que la política centra su acción en el concepto de comienzo y de origen, pues “la acción política es siempre esencialmente el comienzo de algo nuevo: como tal es, en términos de ciencia política, la verdadera esencia de la libertad humana.”[9]

    Cada comienzo humano es continuación sí, de un pasado. Pero es fundamentalmente ruptura con ese pasado, emancipación del peso muerto de lo acontecido para volver a comenzar, el hombre no sólo tiene la capacidad de comenzar: es el comienzo mismo.[10]

Si la creación del hombre coincide con la de un comienzo en el Universo (¿y qué puede significar esto sino la creación de la libertad?), entonces el nacimientro de los hombres individuales, siendo nuevos comienzos, re-afirma el carácter original [origin-al] del hombre de modo tal que el origen no puede nunca devenir totalmente una cosa del pasado; mientras, por otra parte, el sólo hecho de la continuidad memorable de estos comienzos en la sucesión de las generaciones garantiza una historia que nunca puede finalizar porque es la historia de unos seres cuya esencia es comenzar.[11]

2.3 SECULARIZACIÓN DE LA HISTORIA

    La apropiación que hace la Iglesia del tiempo a través de la imposición del conteo cronológico desde el nacimiento de Cristo vino mucho tiempo después de que la Iglesia, en sustitución del Imperio Romano, administró hegemónicamente el poder temporal en este mundo profano a través de la política. Incluso, como heredera del poder romano y la obediencia sin duda que emanaba de ese poder resquebrajado, es que la Iglesia opta por imitar la práctica romana de contar el tiempo desde la fundación misma de Roma. Es hasta el siglo XVIII cuando el calendario moderno  toma el nacimiento de Cristo como el punto desde el cual contar el tiempo, aunque no era un punto tajante pues se reconocía tiempo anterior al nacimiento de Cristo, es decir el pasado puede ser infinito y, por consecuencia, también podemos entender que el futuro se abre como una posibilidad de sinfín en sí mismo. Esta presumible inmortalidad terrena de un pasado y un futuro infinito de la humanidad es ajena a la escatología del pensamiento cristiano.

    La secularización significa que los aspectos de la vida humana fueron despojados del dominio religioso, esto fue posible a la separación explícita de religión y política con la consiguiente transformación de categorías religiosas en conceptos sociales, despojados de fe; un proceso en el que es difícil determinar la transformación absoluta de las ideas que se entrecruzaron y la herencia de la que se apropiaron mutuamente. Durante ese siglo XVIII y desde años anteriores muchos pensadores de la política dirigieron el cambio de paradigma desde la socavación del poder de la Iglesia en el plano terrenal, sin escamotearle su privilegio de exclusividad de controlar, a través de las creencias, la posibilidad de acceso a la eternidad. Muchos de estos pensadores fueron profundamente religiosos: Spinoza, Hobbes, Locke, Kant y otros, a pesar de su fe inquebrantable en la providencia, insistieron en que existe una ley natural que provee de una base suficiente al cuerpo político que emana de la autoridad terrenal. El iusnaturalismo ya investido de su papel de método regresivo en la historia y, aprovechando el hueco infinito que significaba la existencia de un pasado milenario que se perdía en el tiempo anterior, logró colocar la idea de que hubo un tiempo en que los hombres vivían en un estado de naturaleza donde la guerra de todos contra todos hacía imposible la seguridad del ser humano ya sea en cuanto a su vida (Hobbes) o ya sea en cuanto a su propiedad (Locke), ante esta anarquía del estado en que se encontraba el hombre naturalmente es que se volvía imperativo acceder a un estadio artificial en el que, un árbitro entre las partes, depositario del poder que otorga el reconocimiento de los contrarios, podría colocarse sobre las partes y garantizar, mediante un pacto, los acuerdos y el respeto a estos que darían seguridad al hombre en cuanto a su vida y sus pertenencias.





BIBLIOGRAFÍA

Arendt Hannah,  De la Historia a la Acción, Barcelona. Editorial Paidós, 1995.

_____________,  Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre política, Barcelona. Editorial Península, 1995.

Aristóteles, Tratados Breves de Historia Natural (Parva Naturalia), Madrid, Biblioteca Clásica Gredos 170, 1998.

Del Río Chávez Ignacio, Reflexiones en torno a la idea y la práctica de la historia regional; En: Guedea Virginia, Perfiles y rumbos de la historia. Sesenta años de investigación histórica en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México: Instituto de Investigaciones Históricas, 2007. (Serie Divulgación, 7).

Gadamer Hans Georg, El Problema de la Conciencia Histórica, Madrid, Editorial Técnos, 2011.




[1]No hay recuerdo del presente, sólo percepción” así afirma Aristóteles en 449b10 al separar la percepción en cuanto percibiéndose algo ocurrido en tiempo presente. Aristóteles, Tratados Breves de Historia Natural, Madrid, Editorial Gredos (Biblioteca Clásica, 107), 1998, p. 234.
[2] “El movimiento histórico empezó a construirse según la imagen de la vida biológica. En términos de la filosofía antigua, esto podría significar que el mundo de la historia había vuelto al mundo de la naturaleza; el mundo de los mortales, al universo inmortal. Pero en términos de la poesía y de la historiografía antiguas, significaba que se había perdido aquel sentido inicial de la grandeza de los mortales, como algo distinto de la, sin duda, mayor grandeza de la naturaleza y de los dioses.” Hannah Arendt, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la profesión política, Editorial Península, Barcelona, 1996, p. 51.
[3] Aristóteles 450a10.
[4] Aristóteles 450a15.
[5] Hannah Arendt. De la historia a la acción, Barcelona, Paidós, 1995, pág. 49.
[6] Idem.
[7] Idem.
[8] Hannah Arendt, Op. Cit., Pág. 42.
[9] Arendt, Op. Cit., Pág. 43.
[10] Op. Cit. Pág. 44.
[11] Idem.