TÍTULO DE LA PONENCIA:
“De la memoria a la historia: la
política que abre futuro de Hannah Arendt.”
PONENTE: Luis
Domínguez Bareño (UABCS)
“Aquí
incluso las montañas sólo parecen descansar bajo la
luz de
las estrellas; son lentas, las devora en secreto el tiempo;
nada es
para siempre, la inmortalidad ha huido del mundo para
encontrar
una morada incierta en la oscuridad del corazón humano,
que
aún tiene la capacidad de recordar y decir: para siempre.”
Rilke
La posicionalización de la Historia en el
concierto de las ciencias siempre ha sido una cuestión crítica, de primer orden
para la sobrevivencia de la misma Historia como una disciplina autónoma:
discurrir y escapar, a la injerencia perniciosa y omniasfixiante de encontrarse
supeditada a otro conocimiento considerado “superior”, parece ser la dedicación
a la que se enfocan las ciencias históricas cuando se trae a colación el debate
de la cientificidad de la Historia y su
posible pertinencia como ciencia de lo concreto, de lo difuso, de lo absoluto,
de lo total o de una región del conocimiento. Nos centraremos en el primer
punto, imbricado en la cientificidad de la Historia; y esto obedece a la
necesidad de revisar el status de
racionalidad que se le asigna modernamente a la cientificidad.
1.1 LA DISPUTA FILOSÓFICA
En la historia del pensamiento occidental se
tienen por fundacional las doctrinas, postulados, teorías, ideas y muchas otras
cuestiones del conocimiento a los textos nacidos del intelecto de los dos
grandes filósofos de la antigüedad: Platón y Aristóteles. Dos pensadores que
fueron coetáneos, maestro-alumno y que desarrollaron su vida e investigaciones
en un lapso de tiempo sincrónico. Sin duda, lo que le debe el pensamiento a
estos dos sabios es enorme, inabarcable de contabilizar pero también, de cierta
manera, la influencia de sus ideas han permanecido hasta nuestros días, muchas
veces incluso chocando contra la realidad misma lo cual ha generado dogmas
sobre su pensamiento, ortodoxia venerativa del “así dijo, así es” que hemos
arrastrado como una carga pesada, difícil de sobrellevar y más sin embargo
mantenida inmaculada por la misma necesidad de tener un fundamento: es muy
difícil simplemente tomar el mundo desde la nada y construirlo todo. Recurrir a
la base sólida de lo pensado con anterioridad nos otorga la seguridad de no lanzar
pinceladas en el aire, sino de asegurarnos que estamos edificando sobre unos
cimientos preestablecidos y que, la perduración en el tiempo, han hecho
respetarlos como la posición originaria donde todo lo demás debe continuarse.
No empezar de cero y continuarse, como el problema mismo de la esencia de la
historia, un tropel de acontecimientos devenidos en tiempo que nos dan la
oportunidad de seleccionarlo y cortarlo, vitrina de la vida humana en sociedad
que nos otorga cómoda posición de no preocuparnos por el principio ni por el
fin, ni buscar resolver la odiosa pregunta ¿y de dónde viene todo esto? ¿El
origen de los acontecimientos mismos dónde descansa? ¿Me interesa la historia
por la afectación que hace en lo que me interesa? ¿Debo ocultar lo que hace
tambalear a todo ese edificio pletórico, sostén de una tradición, pero
solidificado sobre una mentira?
1.2 ARISTÓTELES Y LA MEMORIA
Aristóteles trata el –llamémoslo así- tema
histórico desde la perspectiva de la memoria, para él la memoria (mnémé/mneme) se distingue de la reminiscencia (anámnésis/anamnesis) separación misma que confluye como la disputa
constante que mantiene ante las posturas de su maestro Platón: la memoria es
una afección del alma, por lo tanto algo implícito en la naturaleza del hombre,
un fenómeno que acontece dentro de la estructura psíquica humana y va
desarrollándose con el paso del tiempo pues mediante la temporalidad es como
accedemos al recuerdo. En el presente no hay recuerdo, sino percepción[1] y, mientras el hombre
percibe, es imposible conocer lo venidero o lo ya ocurrido: se concluye pues
con la disección de los tiempos en un presente que hay sensación, un tiempo
venidero –futuro- donde hay expectativa y, finalmente, el pasado como lo ya
ocurrido que es recuerdo, lugar a donde pertenece la memoria: la memoria es del
pasado.
Este apartado conocido como De
Memoria et reminiscentia (Acerca de la memoria y la reminiscencia) se
encuentra en los parva naturalia aristotélicos
(llamados también Tratados Breves de Historia Natural) con lo que se entendería
que la cuestión de la memoria como acción de encontrarse con el pasado es un
aspecto visto desde un enfoque naturalista; es preciso recordar que la antigua
cultura helénica enmarcaba todos los aspectos de la vida en cuestiones estrictamente
naturales, no había la separación entre aspectos naturales y sociales, el
hombre viviendo en comunidad crea lo social y, contrario al aspecto de vida
moderno donde delimitamos las ciencias naturales de las sociales y los
fenómenos del humano en relación a su vida en sociedad, resulta imposible
concebir una relación de jerarquía social con la naturaleza sobre todo en los
antiguos que pensaban que la naturaleza lo dominaba todo, no había una
delimitación propiamente social, ni siquiera pensada en derivada de lo
orgánico, pues la realidad se tomaba como aspecto fisiológico y de ahí se indagaban
los estudios correspondientes. Incluso esta cosmovisión helénica de la
naturaleza afectaba en su totalidad a la idea de la manera en que se articulaba
la política y la visión de comunidad; la antigüedad está hinchada por un fervor
orgánico que es el que domina la vida de los ciudadanos. La realidad es una
entidad viviente y todos los miembros que la componen están ahí en función de
un conjunto concordante. El organicismo tiene por lo menos dos consecuencias:
en primer lugar, la comunidad como agregado y no el individuo, es el punto de
partida del análisis concreto de la realidad. La formación de la sociedad es
asumida como un hecho natural y se deja a un lado al individuo que no es
concebido como tal. Como segunda consecuencia se presume una armonía
primigenia, esto es que la unidad de la naturaleza se manifiesta en su
regularidad.
Los acontecimientos vuelven a ser de la
misma manera en un cierto lapso de tiempo. Lo cual nos vuelve a colocar en la
posición de una regularidad del tiempo como un advenimiento cíclico de los acontecimientos,
ésta regularidad se encuentra conformada como tiempo que retorna, modelo tomado
de la propia naturaleza que es ella misma un regreso al mismo punto después del
transcurrir de un lapso de tiempo determinado. Es preciso entender que el
modelo circular del tiempo sea una causa fundamental de que, el proceso de la
memoria como pasado, sea conferido a la regularidad. Por eso la historia en sus
inicios fue vista como un mero apéndice de asuntos que se repetían, paradigma
del concepto de la disciplina histórica que se manifiesta en lo orgánico, la
vida misma repitiéndose, en diferentes hombres y espacios cronológicos, pero
siempre, sin duda, igual a sí misma en cuanto a fenómenos conocidos que se
deben “rememorar”, “recordar”, para que el alma se encuentre en posibilidad de
encuadrarlos en su aspecto conocido, dando una coherencia armónica en símil con
la cosmología reiterativa de lo ya conocido, experimentado y, por esa misma
condición, clasificable.[2]
No es posible el pensamiento sin
continuidad ni sin tiempo; la memoria no nos viene sin una imagen, lo cual
seguiría el cauce interpretativo de una afección que, como se dijo antes,
pertenece al entendimiento[3]. Esta imagen se figura en
nosotros en sí misma, y al tiempo es imagen de otra cosa, cuando se produce la
afección es en el instante preciso donde ya se tuvo el desencadenamiento de la
sensación, es pues su consecuencia. Todo este aparato fisiológico donde se echa
a andar el mecanismo perceptivo no es más que la definición del cuerpo actuando en su relación con el mundo, no
se encuentra nuestra mente desenvolviéndose bajo ideas que preexistieran en
nuestra alma y fuera cuestión sólo el de recordarlas para tener la copia sin
poseerla nunca, sin acceso a la verdad,
como señalaba Platón en su conceptualización misma del mundo circundante,
siempre referenciado a otro mundo, el de las ideas, el del cielo, donde existía
la perfección y las cosas eran conocidas en sí mismas, y las cosas de este
mundo físico sólo son más que copias de ese mundo celestial donde todo es
verdadero. Para Platón la reminiscencia es algo que el alma conoció y olvidó,
es decir se readquiere aunque sea imperfectamente. En cambio para Aristóteles
esta anámnesis o reminiscencia está
en la memoria y a través de ciertos mecanismos físicos se puede reconfigurar.
Aristóteles puede volver a conceptualizar la anamnesis platónica al asegurar que cuando se recupera la sensación
en términos de memoria, es cuando se puede hablar de reminiscencia.
Recordar es un tópico de la memoria,
inscrito en un cierto orden que requiere un esfuerzo de experimentar procesos físicos,
por eso Aristóteles desacraliza el orden celestial de la copia del objeto
(pensamiento platónico) que se encuentra fuera de nuestro conocimiento pleno.
Aristóteles afirma que la capacidad humana de rememorar es un proceso que tiene
lugar en este mundo, y su posibilidad realizativa conforme a las cosas y la
secuencia de orden en que se disponen; llama experiencia a ese proceso de recordar pasando por la reconstrucción
de la secuencia que nos dirige de una cosa a otra. La diferencia que se establece entre reminisciencia y memoria es el
punto crucial del por qué la historia, tal como la conocemos hoy en día, es una
facultad exclusiva del hombre y, sólo a través de él existe: Aristóteles afirma
que, efectivamente, hay animales que participan de la facultad de recordar[4]
pero de la reminiscencia sólo participa el hombre, pues ésta se transforma
-bajo la férula de una especie de inferencia- en la utilización de la
inteligencia al echar mano del dispositivo rememorante que parte de una imagen
presente, para asociarla con otra anterior y, a partir de estas, obtener una imagen
conclusiva de lo recordado.
1.3 PREHISTORIA DE LA HISTORIA
Se puede llegar a un final abierto de estas
cuestiones con la ejemplificación de la disputa de raigambre filosófico sobre
la idea de la memoria y su circunscripción al plano de la naturaleza. Al partir de la tradición platónica,
modificada en los textos aristotélicos, de que la memoria es un proceso
completamente físico, el cual acaece en el cuerpo humano entendido como unidad
psíquica que procesa imágenes de lo circundante y logra apropiarlas a través de
la experiencia sistemática para poder traerlas en un futuro, Aristóteles anota
un progreso de repercusiones extraordinarias en la historia de la filosofía.
Sin duda esta vuelta recuperante para la naturaleza que hace Aristóteles, es un
paso importante en la edificación de una “prehistoria de la historia”, tan de
importancia para ésta, que la posibilita, otorgándole un lugar propio dentro de
las ciencias. Si bien Aristóteles jamás dijo que el humano creaba algo
contrapuesto y ajeno a la naturaleza –que hoy llamamos historia- si logró poner
a salvo el proceso de la memoria como
algo de lo que era capaz la inteligencia humana y, aunque manteniéndolo en los
límites del propio desarrollo de la naturaleza, esa idea eclosionará después en este fermento de la historia como algo
que crea el hombre en su plena interacción deliberativa con los de su especie:
dejando muestra en las huellas, archivos y todo el cúmulo de experiencias
humanas que se va testimoniando el desarrollo de los acontecimientos propios
del ser humano.
II. EL PROCESO DE LA HISTORIA
El
hombre razona sobre lo que ha recordado, la indagación que se vuelve un proceso
de búsqueda del conocimiento que comparte deliberando bajo el manto de un
lenguaje simbólico con los de su especie, fluye y activa la capacidad de que la
experiencia sea comunicada y utilizada para provecho propio o de otro sistema
psíquico. Esta comunicación de la razón se entiende como experiencia capaz de
ser transmitida a través del proceso del resguardo y sistematización de la
memoria, entendida como información que se almacena, creando la memoria escrita
capaz de situarse fuera de la mera actividad física del hombre, ya sin movernos
en la naturaleza del hombre al que se aferraba el pensamiento griego, ahora nos
encontramos con el mundo de los hechos que desbordan la memoria, asumiendo un
carácter histórico, ¿cómo fue posible este paso? ¿El cúmulo de hechos humanos
rebasó la capacidad memorística con que la naturaleza nos dotó? ¿es esto una
pérdida o una ganancia? ¿Es posible la ciencia histórica? ¿cuál es su objeto de
estudio en cuanto no está supeditada a la naturaleza?
2.1 HISTORIA POSIBLE
El hombre se encuentra de pronto no sólo con
el mundo de los hechos, sino que experimenta el acrecentamiento de otras
realidades y una diferenciación entre el objeto, el hecho y la palabra, la
significación y realización del lenguaje crea más de un sentido para cada
objeto, lo cual repercute también en la nominación de ese objeto en relación a
un hecho en cuanto experiencia suscitada en un espacio vital que pudiera llegar
a ser digno de narrarse y, en caso de encontrar una importancia mayor, de ser materia
de estudio de la Historia.
El carácter del cientificismo de nuestra
época avanzó hasta el punto en que la cuestión
de la verdad se ha convertido en un asunto de enjuiciamiento sobre su
pertinencia; se ha elaborado todo un andamiaje denominado método para someter la verdad al juicio de la verificación. Esta
petición de verdad emite autoridad a esa afirmación de autenticidad que
señalamos; en la concepción antigua del hombre no existía un “hombre creador”,
no se concebía al hombre como creador. El humano sólo se cargaba de lo que la
naturaleza le ofrecía y de ahí copiaba sus elementos, al hombre pues sólo lo creaba la naturaleza. Con el
resquebrajamiento del paradigma antiguo es como tenemos, modernamente, a un
hombre creador: creador de lenguaje, de representaciones, capaz de otorgar
sentido a los hechos mismos que van suscitándose en el período vivible de su
naturaleza.
2.2 DIVINIDAD EN LA HISTORIA
La ruptura de la tradición se convierte en
un asunto de primer orden en el devenir de la conciencia humana, esta
conciencia se articula como resultado de la toma de partida del hombre en la
historia como objeto y creador de estudio, al irse desarticulando la filosofía
considerada como la ciencia primera y
a la cual se supeditaban todas las demás, es que tenemos una diversificación de
las cuestiones de estudio en la humanidad, los aspectos naturales comienzan a
tomar forma dentro de las ciencias particulares que se refieren a los aspectos
orgánicos de la vida, las hoy llamadas ciencias naturales: las cuales buscan
encontrar el conocimiento que se considera inmutable al paso del tiempo, lo
cual sería por ejemplo la ciencia matemática o la misma física que funcionan
como regiones del saber no condicionados por la transformación que hace el
tiempo del espacio natural. Como habíamos mencionado, el antiguo mundo griego
escribía sólo de pasada, como algo que se plasmaba con mínima importancia y, para
ejemplificar esto de manera contundente, baste con recordar como Aristóteles
sólo escribía para repaso de sus alumnos y sus escritos, por los que hoy
conocemos su pensamiento, fueron realizados con el exclusivo fin esotérico de
que los discípulos tuvieran un apoyo de notas para las lecciones que se les
inculcaban; también se debe recordar como Sócrates, el gran maestro de Atenas,
despreciaba la escritura por su carácter de imitación de la realidad, sólo el logos era válido para comprender la situación: lo cual se
reflejaba en una palabra meditada y puesta a prueba pública, si se erigía
triunfante a la confrontación dialéctica, entonces se le otorgaba superioridad
ante la mera opinión. Por lo cual cuando alguien buscaba la verdad basándose en
el logos, se decía que tenía episteme, es
decir conocimiento.
La Edad Moderna pone en el relieve de
importancia al tiempo y la secuenciación del mismo como el origen de nuestra
conciencia histórica heredera de una tradición judeo-cristiana. Esto se
manifiesta en un concepto lineal del tiempo y la idea superior de una divina
providencia que otorga al tiempo histórico su coherencia bajo el mandato de un
plan salvífico, esto se apoyó en la insistencia de imponer a la historia
moderna un sentido religioso cristiano y sería mediante la secularización de
esas categorías como se llegaría a la situación presente en el ámbito de teoría
de la historia.
La lógica interna de esta versión
interpretativa alberga la inercia de que, a un plan
divino al que se supedita la vida humana en la Tierra, debe seguir forzosamente
un significado general donde la intervención del creador impone la
secuenciación de los hechos, desarrollándolos en una delimitación temporal, con
un fin y comienzo específico de la historia. Cuando se engloban los aspectos de
la totalidad humana se reclama una historia universal, por lo tanto al
subsumirse esa totalidad en una sola causalidad se topa uno con la filosofía de
la historia, la cual encuentra por ejemplo Hannah Arendt en el texto La Ciudad
de Dios –De civitate Dei- del filósofo
africano San Agustín.[5]
Arendt, en el apartado Historia e
inmortalidad del libro “De la historia a la acción”, en refutación de las ideas
aceptadas, asevera que en Agustín no existe la apuesta al tiempo lineal que se
le adjudica al cristianismo modernamente, señala que, “es cierto que
encontramos en Agustín la idea de que la Historia misma, esto es, la que tiene
significado y produce sentido, puede ser separada de los eventos históricos
particulares relatados en una narración cronológica”[6]. Pero Agustín sólo estaba
interesado en un fenómeno histórico lineal que lo representaba la vida y muerte
de Jesucristo en la Tierra y Arendt cita estas palabras de Agustín en La Ciudad de Dios: la muerte de Cristo por nuestros pecados es solamente una y, una vez
resucitado de entre los muertes, no morirá más[7].
Agustín sólo reclamará unicidad para este acontecimiento en la historia, como
manifestación irrepetible de la eternidad dentro de la mortalidad terrena, por
lo demás nunca otorga unicidad a los
acontecimientos seculares. La disputa entre paganos y cristianos llega a un
momento culminante con la caída de Roma y su Imperio, acontecimiento que si
bien para Agustín podía ser visto como el triunfo del cristianismo no le otorgó
la importancia que sí hacía con el acontecimiento
fundacional religión cristiana, la cual era la única verdad digna de
necesariedad para el hombre.
Agustín observa en los acontecimientos
ajenos a la creencia religiosa carecen de validez ante lo verdaderamente
irrepetible y que es representado con el nacimiento y muerte de Cristo. Después
de eso, los poderes terrenales no emanados de esta autoridad divina, no
representaban trascendencia pues, en el curso de los tiempos, era palpable la
asunción y caída de este tipo de poder llamado, el surgimiento y declinación de
estos poderes seculares podían continuar hasta el mismo fin del mundo pero
ninguna nueva verdad fundamental sería ya relevada.
Esta clausura cristiana de la
trascendencia, será contra lo que se inconforme Arendt. Para ella es impensable
este tipo de constreñimiento pues sería necesario negar el torrente de
acontecimientos humanos que han realizado la Historia; incluso el historiador
no podría, como investigador de acontecimientos únicos, no podría estarle dando
vueltas sólo al único acontecimiento trascendente, desde la perspectiva
agustiniana, del nacimiento de Cristo. Estos acontecimientos únicos son
narraciones que tienen comienzo y fin en el enorme teatro de la historia
humana, y
“la Historia es una
narración que tiene muchos comienzos per ningún fin. El fin del mundo, en
cualquier sentido estricto último de la palabra, sólo podría consistir en la
desaparición del hombre de la faz de la tierra. Porque, sea lo que sea a lo que
el historiador denomine fin, constituye un nuevo comienzo para aquellos que
están vivos. La falacia de todas las profecías del fin del mundo descansa en no
atender a este simple, pero fundamental, hecho”.[8]
La tentación del historicismo de ver en la
historia un relato con muchos finales pero sin comienzo es la nociva y
peligrosa introducción de una filosofía en la historia, de un determinismo
histórico que se vuelve profecía, aunque se revista de cientificismo.
Arendt señala que en las ciencias
políticas priva otro tipo de vocación, y esta es la búsqueda del sentido, para
así poder responder a la acuciosa necesidad de comprender los datos históricos
y políticos. Señala que la política
centra su acción en el concepto de comienzo y de origen, pues “la acción
política es siempre esencialmente el comienzo de algo nuevo: como tal es, en
términos de ciencia política, la verdadera esencia de la libertad humana.”[9]
Cada comienzo humano es continuación sí, de
un pasado. Pero es fundamentalmente ruptura con ese pasado, emancipación del
peso muerto de lo acontecido para volver a comenzar, el hombre no sólo tiene la
capacidad de comenzar: es el comienzo mismo.[10]
Si la creación del
hombre coincide con la de un comienzo en el Universo (¿y qué puede significar
esto sino la creación de la libertad?), entonces el nacimientro de los hombres
individuales, siendo nuevos comienzos, re-afirma el carácter original [origin-al] del hombre de modo tal que
el origen no puede nunca devenir totalmente una cosa del pasado; mientras, por
otra parte, el sólo hecho de la continuidad memorable de estos comienzos en la
sucesión de las generaciones garantiza una historia que nunca puede finalizar
porque es la historia de unos seres cuya esencia es comenzar.[11]
2.3 SECULARIZACIÓN DE LA HISTORIA
La apropiación que hace la Iglesia del
tiempo a través de la imposición del conteo cronológico desde el nacimiento de
Cristo vino mucho tiempo después de que la Iglesia, en sustitución del Imperio
Romano, administró hegemónicamente el poder temporal en este mundo profano a
través de la política. Incluso, como heredera del poder romano y la obediencia
sin duda que emanaba de ese poder resquebrajado, es que la Iglesia opta por
imitar la práctica romana de contar el tiempo desde la fundación misma de Roma.
Es hasta el siglo XVIII cuando el calendario moderno toma el nacimiento de Cristo como el punto
desde el cual contar el tiempo, aunque no era un punto tajante pues se
reconocía tiempo anterior al nacimiento de Cristo, es decir el pasado puede ser
infinito y, por consecuencia, también podemos entender que el futuro se abre
como una posibilidad de sinfín en sí mismo. Esta presumible inmortalidad
terrena de un pasado y un futuro infinito de la humanidad es ajena a la
escatología del pensamiento cristiano.
La secularización
significa que los aspectos de la vida humana fueron despojados del dominio
religioso, esto fue posible a la separación explícita de religión y política
con la consiguiente transformación de categorías religiosas en conceptos sociales,
despojados de fe; un proceso en el que es difícil determinar la transformación
absoluta de las ideas que se entrecruzaron y la herencia de la que se
apropiaron mutuamente. Durante ese siglo XVIII y desde años anteriores muchos
pensadores de la política dirigieron el cambio de paradigma desde la socavación
del poder de la Iglesia en el plano terrenal, sin escamotearle su privilegio de
exclusividad de controlar, a través de las creencias, la posibilidad de acceso
a la eternidad. Muchos de estos pensadores fueron profundamente religiosos:
Spinoza, Hobbes, Locke, Kant y otros, a pesar de su fe inquebrantable en la
providencia, insistieron en que existe una ley natural que provee de una base
suficiente al cuerpo político que emana de la autoridad terrenal. El iusnaturalismo
ya investido de su papel de método regresivo en la historia y, aprovechando el
hueco infinito que significaba la existencia de un pasado milenario que se
perdía en el tiempo anterior, logró colocar la idea de que hubo un tiempo en
que los hombres vivían en un estado de naturaleza donde la guerra de todos
contra todos hacía imposible la seguridad del ser humano ya sea en cuanto a su
vida (Hobbes) o ya sea en cuanto a su propiedad (Locke), ante esta anarquía del
estado en que se encontraba el hombre naturalmente es que se volvía imperativo
acceder a un estadio artificial en el que, un árbitro entre las partes,
depositario del poder que otorga el reconocimiento de los contrarios, podría
colocarse sobre las partes y garantizar, mediante un pacto, los acuerdos y el
respeto a estos que darían seguridad al hombre en cuanto a su vida y sus
pertenencias.
BIBLIOGRAFÍA
Arendt Hannah, De la Historia a la Acción, Barcelona.
Editorial Paidós, 1995.
_____________, Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios
sobre política, Barcelona. Editorial Península, 1995.
Aristóteles, Tratados Breves de
Historia Natural (Parva Naturalia),
Madrid, Biblioteca Clásica Gredos 170, 1998.
Del Río Chávez Ignacio,
Reflexiones en torno a la idea y la práctica de la historia regional; En: Guedea
Virginia, Perfiles y rumbos de la historia. Sesenta años de investigación
histórica en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México: Instituto
de Investigaciones Históricas, 2007. (Serie Divulgación, 7).
Gadamer Hans Georg, El Problema
de la Conciencia Histórica, Madrid, Editorial Técnos, 2011.
[1]
“No hay recuerdo del presente, sólo percepción” así afirma Aristóteles en
449b10 al separar la percepción en cuanto percibiéndose algo ocurrido en tiempo
presente. Aristóteles, Tratados Breves de
Historia Natural, Madrid, Editorial Gredos (Biblioteca Clásica, 107), 1998,
p. 234.
[2] “El movimiento histórico empezó a construirse según la imagen de la vida
biológica. En términos de la filosofía antigua, esto podría significar que el
mundo de la historia había vuelto al mundo de la naturaleza; el mundo de los mortales,
al universo inmortal. Pero en términos de la poesía y de la historiografía
antiguas, significaba que se había perdido aquel sentido inicial de la grandeza
de los mortales, como algo distinto de la, sin duda, mayor grandeza de la
naturaleza y de los dioses.” Hannah Arendt,
Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la profesión política,
Editorial Península, Barcelona, 1996, p. 51.
[3] Aristóteles 450a10.
[4]
Aristóteles 450a15.
[5]
Hannah Arendt. De la historia a la acción,
Barcelona, Paidós, 1995, pág. 49.
[6] Idem.
[7] Idem.
[8] Hannah Arendt, Op. Cit., Pág. 42.
[9] Arendt, Op. Cit., Pág. 43.
[10]
Op. Cit. Pág. 44.
[11] Idem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario