Filosofía del onirismo geológico: minas y casas
Dr. Humberto González Galván
Quisiera empezar con
una provocación epistemológica: la geología posmoderna es una de las artes
liberales en las que, lo que en el fondo se está midiendo, es al ser humano
mismo.
Para llenar de
contenido la anterior aseveración empezamos por citar en extenso a quien me incitó
la idea, el psicoanalista Jaques Lacan:
El psicoanálisis… es simplemente un arte. Eso es un
error si por ello se entiende que no es más que una técnica, un método
operacional, un conjunto de recetas. Pero no lo es si se emplea ese término,
arte, en el sentido en que se lo empleaba en la Edad Media cuando se hablaba de
las artes liberales –ustedes conocen su serie, que va de la astronomía a la
dialéctica, pasando por la aritmética, la geometría, la música, la gramática.
…lo que las caracteriza y las distingue de las ciencias
que de ellas surgirían es que mantienen en primer plano lo que puede llamarse
una relación fundamental con la medida del hombre. Pues bien, el psicoanálisis
es actualmente la única disciplina quizá comparable con esas artes liberales,
por lo que preserva de esa relación de medida del hombre consigo mismo
–relación interna, cerrada sobre sí misma, cíclica, que entraña por excelencia
el uso de la palabra.
…Es justo por eso que la experiencia analítica no es
decisivamente objetivable. Siempre implica la emergencia en su propio seno de
una verdad que no puede ser dicha, pues lo que la constituye es la palabra, y
porque sería preciso de algún modo decir la palabra misma, que es lo que
estrictamente hablando no puede ser dicho en calidad de palabra.[1]
Lo que Lacan afirma
para el psicoanálisis, nosotros lo generalizamos hasta alcanzar a las ciencias
actuales todas, vistas estas en perspectiva posmoderna de aconteSer
multiplicante[2].
No obstante esta generalidad ontológica, nos detendremos aquí sólo en una las
ciencias-arte (la geología) que conforman el conjunto crítico y posmoderno que estamos
proponiendo. En esta, en la geología, ilustraremos algunas consecuencias de
nuestra aseveración provocadora.
Y ya que la tierra
es, para la geología, el punto de esclarecimiento en el que el ser humano tiene
también la posibilidad de medirse a sí mismo en su enfrente qua aconteSer, será a la tierra a la
que, desde este horizonte multiplicante y polifónico, preguntaremos algunos (sólo
algunos) de sus resultados en clave humanitas[3].
¿Cuáles? Sobre todo dos que nos apresuramos a anticipar:
a) la tierra
es una intuición en la que el ser humano se mide a sí mismo como voluntad, y
b) la
tierra una intuición en la que el ser humano se mide a sí mismo en tanto reposo.
¿Voluntad y reposo?
Sí, y aunque son intuiciones o constructos en cierta forma opuestos, ello no
disminuye un ápice el que sean asimismo baremo de humanidad en formación. Antes
al contrario, esa misma oposición, vista en clave dialéctica, da fuerte fe de su
potencia métrica humanística. Querríamos ahora mostrar nuestras fuentes, siempre
en el entendido de que, en este contexto de aconteSer, la fuente principal es
uno mismo, fluyendo desde sus ensueños lógicos e imaginarios. Así pues,
invocamos el nombre de Gaston Bachelard (1884-1962), y con esta invocación nos
obligamos de inmediato a alentar el paso para mostrar la cadencia que estamos
adoptando al caminar. Alentar, ir más lento pero a la vez tomar aliento y
ánimo.
Gaston Bachelard fue
un provinciano filósofo francés, en gran medida autodidacta, que convulsionó
tanto a la historia de las ciencias y sus epistemologías, como a la crítica
literaria y sus estéticas. Bachelard juega, poéticamente creador, entre ambos
campos y los articula. Asumimos esa articulación para explorar y mostrar el
sentido humano de la tierra en tanto baremo para medirnos a nosotros mismos.
Sentido humano de la tierra que, justo por humano, está más allá de lo “subjetivo”
u “objetivo” que cualquier epistemología de secano quisiera imponer. Sentido
humano capaz de significar sensatez epistemológica allí donde las personas
tengan menester de auténtico saber científico; sentido humano que, justo por
“poético”, es creativo; creativo tanto para con objeto que se propone y en el
que se exploran posibilidades de conocimiento, como creativo para con la
persona que lo está proponiendo y que lo camina con su sensibilidad. Toda poiesis
es, a la par, autopoiesis; todo crear es crearse.
Siendo Bachelard él
mismo profesor de ciencias (enseñaba física, química y matemáticas) e
historiador de las mismas, en una época en la que el positivismo campeaba a sus
anchas (muere en 1962 a los 78 años de edad), experimentó la estrechez
epistémica del empirismo extremo justo en el área más sensible de la investigación
científica: la creatividad, la propuesta de un nuevo modelo de frente a una
tradición que se le resiste. Llamó ruptura o corte epistemológico a ese momento
en el que el saber se transforma a sí mismo para superarse y volverse otro en
una revolución científica, en una metamorfosis que nada deja intacto: ni
imágenes ni conceptos. Su formación autodidacta, libre de anteojeras
academicistas, le hizo ver con claridad el papel de las imágenes en el instante
decisivo en el que el saber avanza. Ello le impulsó a estudiarlas, a clasificarlas,
a entusiasmarse con ellas. Dedica a las imágenes libro tras libro mientras escribe
también sobre las ciencias y sus historias. Aquí nos vamos a detener en sus dos
obras dedicadas a la tierra y, aún en ellas, destacaremos sólo dos cúmulos de
imágenes, vinculados, eso sí, en la relación paradójica que ya hemos adelantado:
la relación entre la voluntad que mueve y el reposo que aquieta. Así, la tierra
nos ofrece imágenes de voluntad y de reposo ante los cuales medir la humanidad
que aún nos quede, si es que nos queda alguna.
En La tierra y los ensueños de la voluntad[4],
Bachelard, que busca “definir y clasificar las imágenes materiales fundamentales”[5]
nos advierte desde el principio que este trabajo implica “la participación
íntima del sujeto”[6].
Sujeto que, cuando “habla desde el interior
de las cosas”[7],
lo que escucha son “las confidencias de su propia intimidad”[8]. Se
dan, pues, dos interiores en interacción, el interior de la materia imaginada y
el interior de la conciencia imaginante. Estos dos interiores se iluminan entre
sí. El nodo de esta iluminación mutua se percibe con holgura en las imágenes literarias
que se han ocupado de alguno de los elementos materiales clásicos (agua, aire,
fuego, tierra). En ellas, en las imágenes literarias de estos elementos, es en
donde Bachelard rastrea la huella de la interacción creativa vinculante. Así
por ejemplo, para iniciar algo, para iniciar cualquier cosa (desde iniciar
alguna idea nueva para impulsar una ciencia, hasta iniciar un nuevo día y tener
el brío para alzarse de la cama), Bachelard encuentre apoyo literario en la
imagen del poeta irlandés Cecil Day-Lewis (1904-1972) cuando declara:
Like
acid on metal: I start (Como el ácido sobre el metal;
trabajo)
Con esta imagen,
puesta como epígrafe del capítulo “El metalismo y el mineralismo” de La tierra y los ensueños de la voluntad,
Bachelard explora la voluntad humana que inicia algo (cualquier cosa) y sus
vínculos con la tierra del minero. La traducción del verso quizá pueda
ajustarse mejor si damos al “I start”
su sentido más literal que literario: “empiezo”. En efecto, ¿cómo empezar
algo?, ¿cómo dar el primer paso pero, más todavía, cómo darlo hacia algo que
tenga camino? Alquimia o espagiria es aquella que, según Paracelso, era capaz
de separar lo falso de lo justo. Empezar a andar algo que, por empezarlo “como
el ácido sobre el metal”, empiece a tener camino: eso es la voluntad humana. Es
espagírico echar a andar, pues ello implica empezar a separar lo justo de lo falso
al irlo construyendo en cada paso que se da. La sutil influencia espagírica de incluso
los astros en la reacción de un metal al que se vierte ácido, dará por
resultado un producto igual de sutil: la conciencia humana en su primer paso de
trabajo, en un principio que, por serlo, empieza (start) “como el ácido sobre el metal”:
Que estas sutilezas materiales
se hayan esfumado en una era “materialista” en la que la producción produce
productos desechables para un mercado voraz de consumos y ganancias, no impide
que, sutiles, insistan y persistan en sus auténticos efectos materiales. Era de
gangas, eso es esta era en la que los filones escasean. Así una ganga juega
crítica en la literatura minera cuando el filón es declarado árbol que,
perseverando en su ser, forma parte de los bosques. Una mina agotada se opone al
filón verde de una vida subterránea, ambos parte del “soñador de la vida
minera”:
Se dice que, cuando envejece una mina, la materia de los
minerales, o de los metales, se confunde con la de las escorias que su
separación es casi imposible, porque el espíritu mineral que debía empezarla se
encuentra allí en pequeña cantidad y en una debilidad extrema[9]
Mina vieja por
pérdida de voluntad del espíritu mineral empequeñecido. Pero, por otro lado y
al mismo tiempo...
Cardan aconseja al maestro minero que busque el ‘tronco
de la mina’. El filón no es sino una
forma, el tronco es un crecimiento,
el propio crecimiento de la fuerza mineral. ¡Qué prodigio de visión subterránea
si un minero inspirado encuentra bajo tierra el árbol de la mina! ‘Las materias
metálicas son a las montañas, de ninguna otra manera que los árboles, con
raíces, tronco, ramas y varias hojas’… la imaginación viva… Quiere la totalidad de la imagen y toda la dinámica
de la imagen. Cuando encuentra una hoja, quiere tronco y raíz y toda la
fuerza del vegetal erguido. Si es subterráneo, el verdadero tronco, el tronco recto, viene del centro de la
Tierra. Hasta allí llegan las raíces profundas conocidas por los soñadores
terrestres. El árbol de la mina es el Ygdrasil subterráneo.[10]
Si a la mina se le
envejece la voluntad, otra voluntad minera le restituye raíz en la que seguir
buscando el bosque completo. Difícil sustraerse al estilo bachelardiano. Baste sin
embargo lo citado para incrustar en lo dicho sedimentos del horizonte que nos
impulsa ahora. Época de gangas, como se señaló, la insensibilidad mercantil
depreda hoy sin ningún auténtico beneficio común: ni en lo económico ni en lo onírico.
El dinero queda en manos de unos cuantos y los sueños se evaporan para todos. Si
los movimientos en contra de las empresas mineras tienen sentido social, es
porque se dan en plena congruencia con los sueños que la piedra provoca cuando los
sueños escarban con voluntad en sus profundidades, en sus raíces de árbol, más
allá del cálculo de sus dividendos mercantiles que sólo beneficia a los dueños
del dinero. La racionalidad desquiciada del capitalismo consumista conlleva el
desequilibrio en la distribución de la riqueza que produce, no es así con un
árbol-mina, bien plantado en tierra, al que sigue un minero con su pico. El
capitalismo es capitulista de la voluntad solidaria[11]. Los
sueños de la Tierra son todo lo contrario al capitulismo: son solidarios por
naturaleza con todo sentido social, ya que son parte de una misma voluntad: la voluntad
de inicio justo, la voluntad de trabajo honesto, la voluntad de afirmación vital.
Sísifo, volviendo por su piedra[12], sonriente,
sintetiza en una sola acción estas tres voluntades que, en el fondo, son una
sola voluntad: voluntad de vida. O, como otro filósofo (Nietzsche) declara:
voluntad de poder. Voluntad de poder ser. De ser uno, no de dominar a otros.
Dominar a otros es en el fondo una forma de rendirse para consigo mismo, de
dejar de medirse. Voluntad de poder es también, pues, voluntad de vida. Esta voluntad
conlleva, para que de verdad lo sea, su contrario: la voluntad de muerte. Insistiremos
en este punto cuando describamos luego otra de las vetas geológicas insertas en
la psique humana: la ensoñación de reposo. En fin, que de los cuatro elementos
materiales estudiados por Bachelard, es la Tierra y sus imágenes literarias (ya
de voluntad minera, ya de recogimiento telúrico) la que mejor aglutina una voluntad
de ver cada vez más lejos y de medirse en dicha visión: de ver lo que hay que
empezar a hacer y de ver lo que habrá de ser terminado. Esto coloca en un mismo
aconteSer ocular, profundo y penetrante, a mineros y a marineros, por más
diferentes que aparenten ser sus respectivas miradas:
La mirada del marinero es penetrante porque está
relajada y porque ve a lo lejos; la mirada del minero es penetrante porque está
tensa y ve con detalle. En Les mines de
Falun, el viejo minero le dice al vagabundo de los mares:
“¿Quién te asegura que si el topo ciego escarba la tierra,
guiado por un instinto ciego, el ojo humano en las profundidades más recónditas
de la mina, a la luz de las antorchas subterráneas, no adquiere insensiblemente
más energía y no logra al fin captar con sus miradas penetrantes, en las formas
maravillosas del reino mineral, el reflejo de lo que se oculta arriba detrás de
las nubes?”
…Por tanto habrá que leer en el ojo del minero el
magnetismo del querer. Su mirada indomable es precisa como la palanca que hunde
entre las rocas. Bajo el párpado de las gangas, el ojo mineral mira al minero:
Wie rote augen drangen
¿Qué es lo que ve un
querer como el de Hoffmann que aúna en una misma mirada penetrante a mineros y
marineros?, ¿qué magnetismo de la voluntad atrapa a Avelino Bazán y a Ulises en
un mismo canto solidario?[14] Ese
querer, esa voluntad ve una casa onírica a la cual volver. Una casa natal que espera;
una casa del recuerdo que llama. La voluntad pone camino, inicia una marcha. Hay
que echar a andar para llegar, sí, pero… ¿a dónde? Con esta pregunta pasamos a
examinar, en este ejercicio de onirismo geológico, un segundo cúmulo de
imágenes terrestres, vinculadas ahora con el reposo.
Como al día sigue la
noche y a la voluntad el reposo, a la vida le sigue la muerte. El mirar lejanías
del marinero y el mirar profundidades del gambusino, asoman su ver a una misma
otredad radical que los impulsa a ambos a penetrar ese mismo límite que se ve.
Llamémosle con uno de sus nombres: reposo. Analicémoslo en uno de sus efectos:
la intimidad. Describámoslo con una de sus imágenes: la casa.
Gaston Bachelard
dedica a la tierra una segunda obra cuyo título es por demás puntual: La tierra y las ensoñaciones del reposo.
Ensayo sobre las imágenes de la intimidad[15]. La
tierra en la que el minero que somos trabaja, se nos abre ahora como la tierra
en la que el minero-marinero que seguimos siendo deberá reposar: todo ello a
través de imágenes literarias que marcan las constantes humanas con las que nos
medimos a nosotros mismos. Constantes en constante transición histórica,
constantes que varían en cada tiempo que nos toca vivir pero que, sin embargo, siguen
siendo constantes. Como el baremo que nos mide está hecho de lenguaje, la
constante de la voluntad se da en la preposición contra (contra el metal el ácido, contra la piedra el pico); y la constante
del reposo se da en la preposición dentro
(dentro de un laberinto, dentro de una gruta, dentro de una ballena, dentro de
una casa)[16].
La tierra de la preposición dentro abre
su intimidad y ofrece reposo en cada uno de estos enjambres imaginarios que la
sensibilidad literaria teje:
Es al soñar con esa intimidad cuando se sueña con el
reposo del ser, con un reposo enraizado, con un reposo que tiene una intensidad
y no es tan sólo esa inmovilidad toda ella exterior que reina entre las cosas
inertes. Es seducida por ese reposo íntimo como ciertas almas definen el ser
por el reposo, por la sustancia, en contraposición con los esfuerzos que hemos
realizado, en nuestro libro anterior, por definir al ser humano como emergencia
y dinamismo.[17]
Nos detendremos en la
creatividad, que es sólo un aspecto de la ensoñación del reposo vinculado a la
casa, a la casa natal que, entendámoslo, es una casa onírica más que la casa
real que nuestro ser conoció en la infancia. Nuestra pregunta queda, pues como
sigue: en efecto, ¿qué casa, tierra íntima para el reposo, requiere el espíritu
para desplegar su poder creativo? En congruencia con nuestra apuesta ontológica
en torno al aconteSer, digamos que esa casa debe ser la posibilidad de una
multiplicidad abierta. Para describir esa casa onírica citamos ahora lo que
Bachelard rescata de Walden o la vida en
los bosques, la utopía que inventa Henry David Thoreau (1817-1862):
En cierta época de nuestra vida acostumbramos considerar
todo lugar como el sitio posible de una casa. Fue así como inspeccioné el campo
por todos lados en un radio de una docena de millas… En mi imaginación compré
todas las granjas una tras otra… En cualquier lugar me sentaba, ahí podía
vivir, y el paisaje irradiaba de mí como consecuencia de ello. ¿Qué es una
casa, sino un sedes, un asiento?
Descubrí muchos sitios para una casa. Sí, se podría vivir ahí, decía; y viví
ahí, por una hora, la vida de un verano, de un invierno; comprendí cómo podría
dejar los años escapar, esperar el fin del invierno, y ver llegar la primavera.
Los futuros habitantes de esa región, donde sea que coloquen su casa, pueden
tener la seguridad de que alguien se les adelantó. Una tarde bastaba para
dibujar la tierra como vergel, parte de bosque y pastizal, como para decidir
qué hermosos robles o pinos habría que dejar en pie frente a la puerta, y desde
qué ángulo podría el último árbol partido por el rayo verse mejor: y en ese
momento dejaba todo allí, tal vez en erial, dado que un hombre es rico en
cuanto al número de cosas que puede llegar a dejar tranquilas.[18]
AconteSer es
multiplicidad. Múltiples posibles reposos se abren a la imaginación cuando se
ensueña a la manera de Thoreau. Esto es creatividad. Luego habrá que dejar tranquilas
muchas de ellas, es verdad. No se puede
todo, cierto, pero también lo es que no se debe
dejar todo de lado. La dialéctica poética anuda su reposo a la voluntad,
inserta también, como se vio, en imágenes literarias de la tierra, donde
afloran manos de minero. La creatividad humana, descubrimientos que son
invención, invención científica incluida, es un entrejuego dialéctico de trabajo
e intimidad reposada. Así entonces, las lógicas del descubrimiento y de la justificación
cubren sólo un aspecto (el aspecto lógico justamente) de lo que Bachelard
explora con herramientas críticas más poderosas surgidas de una fuente
inagotable: los sueños humanos vertidos por la imaginación literaria. El
aconteSer que defendemos, desbordado la lógica a la que incorpora, es solidario
a y con la articulación bachelardiana de imágenes literarias cuando estas
enuncian y se hacen fuente de inicio (voluntad) y fuente de fin (reposo),
cuando estas se hacen voz porque guardan una voz:
Un hombre al que el silencio y las paredes hacen eco,
una casa en la que voy solo llamando,
una extraña casa que se guarda en mi voz,
y que el viento habita.[19]
Una mina invita a
entrar y trabajar en ella, ¿qué filón se busca? Una casa invita a entrar y
reposar en ella, ¿qué filón se inventa?:
Quien no tiene su casa, no construirá
una.[20]
Los geólogos posmodernos
estarían obligados no sólo a pronunciarse en torno a la tectónica de placas,
que para algunos filósofos de la geología constituye el cierre categorial[21],
sino también a pronunciarse en su personal responsabilidad subjetiva, tanto
para consigo mismos (el calibre de sus sueños), como para con los otros (el
calibre de sus solidaridades). Medir es medirse. Medir la tierra es medirse uno
en ella.
[1]
Lacan, J. El mito individual del neurótico o poesía y verdad en la palabra.
B.A. Paidós, 2010, pp.14-15.
[2]
Basta ver lo que nuestro entorno humano nos muestra (sucesos simultáneos
diversos que conviven en armonías ad-hoc)
para darle la razón ontológica al multiplicismo de Alain Badiou: “…el ser no es
más que la infinidad de las multiplicidades. No es un ser. Hablar del ser en singular, a lo cual nos invita la lengua
irresistiblemente, no debe hacernos soñar con una unidad cualquiera del ser:
sólo hay multiplicidades infinitamente descomponibles en nuevas
multiplicidades. En ninguna parte se encontrará término, ni ascendente ni
descendente: ni Uno primero, ni átomo último.” Fabien Tarby: “Breve
introducción a la filosofía de Alain Badiou”, en Badiou, A. La filosofía y el acontecimiento. B.A.,
Amorrortu, 2010, p.179. A esto, junto al Ereignis
heideggeriano, es a lo que estamos denominando aconteSer.
[3]
Humanitas entendida
como cultura, educación y pedagogía propios de un ser humano libre que crece y cuida
de sí y de sus expresiones, a la par que comprende y explica al mundo y
a los semejantes que le rodean.
[4]
Bachelard, G. La tierra y los ensueños de
la voluntad. México. FCE, 1994 (el original francés data de 1947).
[5]
Ibíd. “El metalismo y el mineralismo”, p.262
[6]
Ibídem.
[7]
Ibídem.
[8]
Ibídem.
[9]
Daniel Duncan (1649-1735), Chymie
naturelle, citado por Bachelard, Ibíd. p.274.
[10]
Bachelard, G. Op.cit., pp.274-275.
[11]
La idea es de Jerôme Baschet.
[12]
Es Albert Camus quien desarrolla esta idea en El mito de Sísifo: “Los mitos están hechos para que la imaginación
los anime. En el caso de éste, vemos solamente todo el esfuerzo de un cuerpo
tenso para levantar la enorme piedra, empujarla y ayudarla a subir por una
pendiente cien veces recomenzada; vemos el rostro crispado, la mejilla pegada
contra la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de greda,
un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana
de dos manos llenas de tierra. Al final de este prolongado esfuerzo, medido por
el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, llega a la meta. Sísifo
contempla entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo
inferior del que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano./
Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. ¡Un rostro que pena tan
cerca de las piedras es ya de piedra! Veo a ese hombre bajar con pasos pesados
aunque regulares hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esa hora que es como
un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es
la de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas y
se hunde poco a poco hacia las guaridas de los dioses, Sísifo es superior a su
destino. Es más fuerte que su roca.” (El
mito de Sísifo. Madrid. Alianza, 2010, pp. 156-157).
[13]
Bachelard, G. Op.cit., p.291. Bachelard cita el cuento de E.T.A. Hoffmann, Les mines de Falun. Los versos se
traducen: Emergen como ojos rojizos/ desde la mina los metales (son de Joseph
von Eichendorff (1778-1857) y fueron en su momento musicalizados por Robert
Alexander Schumann (1810-1856)).
[14]
Para la historia de Avelino Bazán (n.1930), dirigente minero desaparecido por
la dictadura militar argentina en 1978 y de quien dijo su hija Mirta: “Mi papá
siempre luchó por equilibrar un poco los diferentes niveles sociales, por
achicar el sufrimiento de los obreros y sus familias. Por eso lo desaparecieron.”
Rosa, la hermana de Avelino, lo sintetiza así: “Avelino era una persona bella,
buena. Así era.” Para una semblanza de este minero y su voluntad solidaria,
véase el homenaje que la Cámara de Diputados le rinde en 2008:
http://jujuyddhh.blogspot.mx/2008/02/homenaje-avelino-bazan.html
[15]
México. FCE, 2006 (el original francés data de 1948, un año después de La tierra y los ensueños de la voluntad)
[16]
Cfr. La tierra y las ensoñaciones del
reposo. Op.cit., p.12.
[17]
Ibíd., p.15.
[18]
Ibíd., pp.118-119. El subrayado es nuestro.
[19]
Ibíd., p.114. Bachelard, citando a Pierre Seghers (1906-1987), poeta y
activista social durante la resistencia francesa.
[20] Ibíd. p.130, Verso de Rilke: Wewr jetzt kein Haus hat, baut sich keinen
mehr.
[21]
Álvarez Muñoz, Evaristo. Filosofía de las
ciencias de la tierra. El cierre categorial de la geología. Biblioteca
Filosofía en español. 2004, 355 pp. (ISBN 84-932477-7-4).
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