lunes, 13 de octubre de 2014

Filosofía del onirismo geológico: minas y casas
Dr. Humberto González Galván




Quisiera empezar con una provocación epistemológica: la geología posmoderna es una de las artes liberales en las que, lo que en el fondo se está midiendo, es al ser humano mismo.

Para llenar de contenido la anterior aseveración empezamos por citar en extenso a quien me incitó la idea, el psicoanalista Jaques Lacan:
El psicoanálisis… es simplemente un arte. Eso es un error si por ello se entiende que no es más que una técnica, un método operacional, un conjunto de recetas. Pero no lo es si se emplea ese término, arte, en el sentido en que se lo empleaba en la Edad Media cuando se hablaba de las artes liberales –ustedes conocen su serie, que va de la astronomía a la dialéctica, pasando por la aritmética, la geometría, la música, la gramática.
…lo que las caracteriza y las distingue de las ciencias que de ellas surgirían es que mantienen en primer plano lo que puede llamarse una relación fundamental con la medida del hombre. Pues bien, el psicoanálisis es actualmente la única disciplina quizá comparable con esas artes liberales, por lo que preserva de esa relación de medida del hombre consigo mismo –relación interna, cerrada sobre sí misma, cíclica, que entraña por excelencia el uso de la palabra.
…Es justo por eso que la experiencia analítica no es decisivamente objetivable. Siempre implica la emergencia en su propio seno de una verdad que no puede ser dicha, pues lo que la constituye es la palabra, y porque sería preciso de algún modo decir la palabra misma, que es lo que estrictamente hablando no puede ser dicho en calidad de palabra.[1]

Lo que Lacan afirma para el psicoanálisis, nosotros lo generalizamos hasta alcanzar a las ciencias actuales todas, vistas estas en perspectiva posmoderna de aconteSer multiplicante[2]. No obstante esta generalidad ontológica, nos detendremos aquí sólo en una las ciencias-arte (la geología) que conforman el conjunto crítico y posmoderno que estamos proponiendo. En esta, en la geología, ilustraremos algunas consecuencias de nuestra aseveración provocadora.

Y ya que la tierra es, para la geología, el punto de esclarecimiento en el que el ser humano tiene también la posibilidad de medirse a sí mismo en su enfrente qua aconteSer, será a la tierra a la que, desde este horizonte multiplicante y polifónico, preguntaremos algunos (sólo algunos) de sus resultados en clave humanitas[3]. ¿Cuáles? Sobre todo dos que nos apresuramos a anticipar:
a)    la tierra es una intuición en la que el ser humano se mide a sí mismo como voluntad, y
b)   la tierra una intuición en la que el ser humano se mide a sí mismo en tanto reposo.

¿Voluntad y reposo? Sí, y aunque son intuiciones o constructos en cierta forma opuestos, ello no disminuye un ápice el que sean asimismo baremo de humanidad en formación. Antes al contrario, esa misma oposición, vista en clave dialéctica, da fuerte fe de su potencia métrica humanística. Querríamos ahora mostrar nuestras fuentes, siempre en el entendido de que, en este contexto de aconteSer, la fuente principal es uno mismo, fluyendo desde sus ensueños lógicos e imaginarios. Así pues, invocamos el nombre de Gaston Bachelard (1884-1962), y con esta invocación nos obligamos de inmediato a alentar el paso para mostrar la cadencia que estamos adoptando al caminar. Alentar, ir más lento pero a la vez tomar aliento y ánimo.

Gaston Bachelard fue un provinciano filósofo francés, en gran medida autodidacta, que convulsionó tanto a la historia de las ciencias y sus epistemologías, como a la crítica literaria y sus estéticas. Bachelard juega, poéticamente creador, entre ambos campos y los articula. Asumimos esa articulación para explorar y mostrar el sentido humano de la tierra en tanto baremo para medirnos a nosotros mismos. Sentido humano de la tierra que, justo por humano, está más allá de lo “subjetivo” u “objetivo” que cualquier epistemología de secano quisiera imponer. Sentido humano capaz de significar sensatez epistemológica allí donde las personas tengan menester de auténtico saber científico; sentido humano que, justo por “poético”, es creativo; creativo tanto para con objeto que se propone y en el que se exploran posibilidades de conocimiento, como creativo para con la persona que lo está proponiendo y que lo camina con su sensibilidad. Toda poiesis es, a la par, autopoiesis; todo crear es crearse.



Siendo Bachelard él mismo profesor de ciencias (enseñaba física, química y matemáticas) e historiador de las mismas, en una época en la que el positivismo campeaba a sus anchas (muere en 1962 a los 78 años de edad), experimentó la estrechez epistémica del empirismo extremo justo en el área más sensible de la investigación científica: la creatividad, la propuesta de un nuevo modelo de frente a una tradición que se le resiste. Llamó ruptura o corte epistemológico a ese momento en el que el saber se transforma a sí mismo para superarse y volverse otro en una revolución científica, en una metamorfosis que nada deja intacto: ni imágenes ni conceptos. Su formación autodidacta, libre de anteojeras academicistas, le hizo ver con claridad el papel de las imágenes en el instante decisivo en el que el saber avanza. Ello le impulsó a estudiarlas, a clasificarlas, a entusiasmarse con ellas. Dedica a las imágenes libro tras libro mientras escribe también sobre las ciencias y sus historias. Aquí nos vamos a detener en sus dos obras dedicadas a la tierra y, aún en ellas, destacaremos sólo dos cúmulos de imágenes, vinculados, eso sí, en la relación paradójica que ya hemos adelantado: la relación entre la voluntad que mueve y el reposo que aquieta. Así, la tierra nos ofrece imágenes de voluntad y de reposo ante los cuales medir la humanidad que aún nos quede, si es que nos queda alguna.

En La tierra y los ensueños de la voluntad[4], Bachelard, que busca “definir y clasificar las imágenes materiales fundamentales”[5] nos advierte desde el principio que este trabajo implica “la participación íntima del sujeto”[6]. Sujeto que, cuando “habla desde el interior de las cosas”[7], lo que escucha son “las confidencias de su propia intimidad”[8]. Se dan, pues, dos interiores en interacción, el interior de la materia imaginada y el interior de la conciencia imaginante. Estos dos interiores se iluminan entre sí. El nodo de esta iluminación mutua se percibe con holgura en las imágenes literarias que se han ocupado de alguno de los elementos materiales clásicos (agua, aire, fuego, tierra). En ellas, en las imágenes literarias de estos elementos, es en donde Bachelard rastrea la huella de la interacción creativa vinculante. Así por ejemplo, para iniciar algo, para iniciar cualquier cosa (desde iniciar alguna idea nueva para impulsar una ciencia, hasta iniciar un nuevo día y tener el brío para alzarse de la cama), Bachelard encuentre apoyo literario en la imagen del poeta irlandés Cecil Day-Lewis (1904-1972) cuando declara:

Like acid on metal: I start (Como el ácido sobre el metal; trabajo)

Con esta imagen, puesta como epígrafe del capítulo “El metalismo y el mineralismo” de La tierra y los ensueños de la voluntad, Bachelard explora la voluntad humana que inicia algo (cualquier cosa) y sus vínculos con la tierra del minero. La traducción del verso quizá pueda ajustarse mejor si damos al “I start” su sentido más literal que literario: “empiezo”. En efecto, ¿cómo empezar algo?, ¿cómo dar el primer paso pero, más todavía, cómo darlo hacia algo que tenga camino? Alquimia o espagiria es aquella que, según Paracelso, era capaz de separar lo falso de lo justo. Empezar a andar algo que, por empezarlo “como el ácido sobre el metal”, empiece a tener camino: eso es la voluntad humana. Es espagírico echar a andar, pues ello implica empezar a separar lo justo de lo falso al irlo construyendo en cada paso que se da. La sutil influencia espagírica de incluso los astros en la reacción de un metal al que se vierte ácido, dará por resultado un producto igual de sutil: la conciencia humana en su primer paso de trabajo, en un principio que, por serlo, empieza (start) “como el ácido sobre el metal”:

Que estas sutilezas materiales se hayan esfumado en una era “materialista” en la que la producción produce productos desechables para un mercado voraz de consumos y ganancias, no impide que, sutiles, insistan y persistan en sus auténticos efectos materiales. Era de gangas, eso es esta era en la que los filones escasean. Así una ganga juega crítica en la literatura minera cuando el filón es declarado árbol que, perseverando en su ser, forma parte de los bosques. Una mina agotada se opone al filón verde de una vida subterránea, ambos parte del “soñador de la vida minera”:
Se dice que, cuando envejece una mina, la materia de los minerales, o de los metales, se confunde con la de las escorias que su separación es casi imposible, porque el espíritu mineral que debía empezarla se encuentra allí en pequeña cantidad y en una debilidad extrema[9]

Mina vieja por pérdida de voluntad del espíritu mineral empequeñecido. Pero, por otro lado y al mismo tiempo...
Cardan aconseja al maestro minero que busque el ‘tronco de la mina’. El filón no es sino una forma, el tronco es un crecimiento, el propio crecimiento de la fuerza mineral. ¡Qué prodigio de visión subterránea si un minero inspirado encuentra bajo tierra el árbol de la mina! ‘Las materias metálicas son a las montañas, de ninguna otra manera que los árboles, con raíces, tronco, ramas y varias hojas’… la imaginación viva… Quiere la totalidad de la imagen y toda la dinámica de la imagen. Cuando encuentra una hoja, quiere tronco y raíz y toda la fuerza del vegetal erguido. Si es subterráneo, el verdadero tronco, el tronco recto, viene del centro de la Tierra. Hasta allí llegan las raíces profundas conocidas por los soñadores terrestres. El árbol de la mina es el Ygdrasil subterráneo.[10]

Si a la mina se le envejece la voluntad, otra voluntad minera le restituye raíz en la que seguir buscando el bosque completo. Difícil sustraerse al estilo bachelardiano. Baste sin embargo lo citado para incrustar en lo dicho sedimentos del horizonte que nos impulsa ahora. Época de gangas, como se señaló, la insensibilidad mercantil depreda hoy sin ningún auténtico beneficio común: ni en lo económico ni en lo onírico. El dinero queda en manos de unos cuantos y los sueños se evaporan para todos. Si los movimientos en contra de las empresas mineras tienen sentido social, es porque se dan en plena congruencia con los sueños que la piedra provoca cuando los sueños escarban con voluntad en sus profundidades, en sus raíces de árbol, más allá del cálculo de sus dividendos mercantiles que sólo beneficia a los dueños del dinero. La racionalidad desquiciada del capitalismo consumista conlleva el desequilibrio en la distribución de la riqueza que produce, no es así con un árbol-mina, bien plantado en tierra, al que sigue un minero con su pico. El capitalismo es capitulista de la voluntad solidaria[11]. Los sueños de la Tierra son todo lo contrario al capitulismo: son solidarios por naturaleza con todo sentido social, ya que son parte de una misma voluntad: la voluntad de inicio justo, la voluntad de trabajo honesto, la voluntad de afirmación vital. Sísifo, volviendo por su piedra[12], sonriente, sintetiza en una sola acción estas tres voluntades que, en el fondo, son una sola voluntad: voluntad de vida. O, como otro filósofo (Nietzsche) declara: voluntad de poder. Voluntad de poder ser. De ser uno, no de dominar a otros. Dominar a otros es en el fondo una forma de rendirse para consigo mismo, de dejar de medirse. Voluntad de poder es también, pues, voluntad de vida. Esta voluntad conlleva, para que de verdad lo sea, su contrario: la voluntad de muerte. Insistiremos en este punto cuando describamos luego otra de las vetas geológicas insertas en la psique humana: la ensoñación de reposo. En fin, que de los cuatro elementos materiales estudiados por Bachelard, es la Tierra y sus imágenes literarias (ya de voluntad minera, ya de recogimiento telúrico) la que mejor aglutina una voluntad de ver cada vez más lejos y de medirse en dicha visión: de ver lo que hay que empezar a hacer y de ver lo que habrá de ser terminado. Esto coloca en un mismo aconteSer ocular, profundo y penetrante, a mineros y a marineros, por más diferentes que aparenten ser sus respectivas miradas:
La mirada del marinero es penetrante porque está relajada y porque ve a lo lejos; la mirada del minero es penetrante porque está tensa y ve con detalle. En Les mines de Falun, el viejo minero le dice al vagabundo de los mares:
“¿Quién te asegura que si el topo ciego escarba la tierra, guiado por un instinto ciego, el ojo humano en las profundidades más recónditas de la mina, a la luz de las antorchas subterráneas, no adquiere insensiblemente más energía y no logra al fin captar con sus miradas penetrantes, en las formas maravillosas del reino mineral, el reflejo de lo que se oculta arriba detrás de las nubes?”
…Por tanto habrá que leer en el ojo del minero el magnetismo del querer. Su mirada indomable es precisa como la palanca que hunde entre las rocas. Bajo el párpado de las gangas, el ojo mineral mira al minero:
Wie rote augen drangen
Metalle aus dem Schacht[13]

¿Qué es lo que ve un querer como el de Hoffmann que aúna en una misma mirada penetrante a mineros y marineros?, ¿qué magnetismo de la voluntad atrapa a Avelino Bazán y a Ulises en un mismo canto solidario?[14] Ese querer, esa voluntad ve una casa onírica a la cual volver. Una casa natal que espera; una casa del recuerdo que llama. La voluntad pone camino, inicia una marcha. Hay que echar a andar para llegar, sí, pero… ¿a dónde? Con esta pregunta pasamos a examinar, en este ejercicio de onirismo geológico, un segundo cúmulo de imágenes terrestres, vinculadas ahora con el reposo.

Como al día sigue la noche y a la voluntad el reposo, a la vida le sigue la muerte. El mirar lejanías del marinero y el mirar profundidades del gambusino, asoman su ver a una misma otredad radical que los impulsa a ambos a penetrar ese mismo límite que se ve. Llamémosle con uno de sus nombres: reposo. Analicémoslo en uno de sus efectos: la intimidad. Describámoslo con una de sus imágenes: la casa.

Gaston Bachelard dedica a la tierra una segunda obra cuyo título es por demás puntual: La tierra y las ensoñaciones del reposo. Ensayo sobre las imágenes de la intimidad[15]. La tierra en la que el minero que somos trabaja, se nos abre ahora como la tierra en la que el minero-marinero que seguimos siendo deberá reposar: todo ello a través de imágenes literarias que marcan las constantes humanas con las que nos medimos a nosotros mismos. Constantes en constante transición histórica, constantes que varían en cada tiempo que nos toca vivir pero que, sin embargo, siguen siendo constantes. Como el baremo que nos mide está hecho de lenguaje, la constante de la voluntad se da en la preposición contra (contra el metal el ácido, contra la piedra el pico); y la constante del reposo se da en la preposición dentro (dentro de un laberinto, dentro de una gruta, dentro de una ballena, dentro de una casa)[16]. La tierra de la preposición dentro abre su intimidad y ofrece reposo en cada uno de estos enjambres imaginarios que la sensibilidad literaria teje:
Es al soñar con esa intimidad cuando se sueña con el reposo del ser, con un reposo enraizado, con un reposo que tiene una intensidad y no es tan sólo esa inmovilidad toda ella exterior que reina entre las cosas inertes. Es seducida por ese reposo íntimo como ciertas almas definen el ser por el reposo, por la sustancia, en contraposición con los esfuerzos que hemos realizado, en nuestro libro anterior, por definir al ser humano como emergencia y dinamismo.[17]

Nos detendremos en la creatividad, que es sólo un aspecto de la ensoñación del reposo vinculado a la casa, a la casa natal que, entendámoslo, es una casa onírica más que la casa real que nuestro ser conoció en la infancia. Nuestra pregunta queda, pues como sigue: en efecto, ¿qué casa, tierra íntima para el reposo, requiere el espíritu para desplegar su poder creativo? En congruencia con nuestra apuesta ontológica en torno al aconteSer, digamos que esa casa debe ser la posibilidad de una multiplicidad abierta. Para describir esa casa onírica citamos ahora lo que Bachelard rescata de Walden o la vida en los bosques, la utopía que inventa Henry David Thoreau (1817-1862):
En cierta época de nuestra vida acostumbramos considerar todo lugar como el sitio posible de una casa. Fue así como inspeccioné el campo por todos lados en un radio de una docena de millas… En mi imaginación compré todas las granjas una tras otra… En cualquier lugar me sentaba, ahí podía vivir, y el paisaje irradiaba de mí como consecuencia de ello. ¿Qué es una casa, sino un sedes, un asiento? Descubrí muchos sitios para una casa. Sí, se podría vivir ahí, decía; y viví ahí, por una hora, la vida de un verano, de un invierno; comprendí cómo podría dejar los años escapar, esperar el fin del invierno, y ver llegar la primavera. Los futuros habitantes de esa región, donde sea que coloquen su casa, pueden tener la seguridad de que alguien se les adelantó. Una tarde bastaba para dibujar la tierra como vergel, parte de bosque y pastizal, como para decidir qué hermosos robles o pinos habría que dejar en pie frente a la puerta, y desde qué ángulo podría el último árbol partido por el rayo verse mejor: y en ese momento dejaba todo allí, tal vez en erial, dado que un hombre es rico en cuanto al número de cosas que puede llegar a dejar tranquilas.[18]

AconteSer es multiplicidad. Múltiples posibles reposos se abren a la imaginación cuando se ensueña a la manera de Thoreau. Esto es creatividad. Luego habrá que dejar tranquilas muchas de ellas, es verdad. No se puede todo, cierto, pero también lo es que no se debe dejar todo de lado. La dialéctica poética anuda su reposo a la voluntad, inserta también, como se vio, en imágenes literarias de la tierra, donde afloran manos de minero. La creatividad humana, descubrimientos que son invención, invención científica incluida, es un entrejuego dialéctico de trabajo e intimidad reposada. Así entonces, las lógicas del descubrimiento y de la justificación cubren sólo un aspecto (el aspecto lógico justamente) de lo que Bachelard explora con herramientas críticas más poderosas surgidas de una fuente inagotable: los sueños humanos vertidos por la imaginación literaria. El aconteSer que defendemos, desbordado la lógica a la que incorpora, es solidario a y con la articulación bachelardiana de imágenes literarias cuando estas enuncian y se hacen fuente de inicio (voluntad) y fuente de fin (reposo), cuando estas se hacen voz porque guardan una voz:
Un hombre al que el silencio y las paredes hacen eco,
una casa en la que voy solo llamando,
una extraña casa que se guarda en mi voz,
y que el viento habita.[19]

Una mina invita a entrar y trabajar en ella, ¿qué filón se busca? Una casa invita a entrar y reposar en ella, ¿qué filón se inventa?:
Quien no tiene su casa, no construirá una.[20]

Los geólogos posmodernos estarían obligados no sólo a pronunciarse en torno a la tectónica de placas, que para algunos filósofos de la geología constituye el cierre categorial[21], sino también a pronunciarse en su personal responsabilidad subjetiva, tanto para consigo mismos (el calibre de sus sueños), como para con los otros (el calibre de sus solidaridades). Medir es medirse. Medir la tierra es medirse uno en ella.

  



[1] Lacan, J. El mito individual del neurótico o poesía y verdad en la palabra. B.A. Paidós, 2010, pp.14-15.
[2] Basta ver lo que nuestro entorno humano nos muestra (sucesos simultáneos diversos que conviven en armonías ad-hoc) para darle la razón ontológica al multiplicismo de Alain Badiou: “…el ser no es más que la infinidad de las multiplicidades. No es un ser. Hablar del ser en singular, a lo cual nos invita la lengua irresistiblemente, no debe hacernos soñar con una unidad cualquiera del ser: sólo hay multiplicidades infinitamente descomponibles en nuevas multiplicidades. En ninguna parte se encontrará término, ni ascendente ni descendente: ni Uno primero, ni átomo último.” Fabien Tarby: “Breve introducción a la filosofía de Alain Badiou”, en Badiou, A. La filosofía y el acontecimiento. B.A., Amorrortu, 2010, p.179. A esto, junto al Ereignis heideggeriano, es a lo que estamos denominando aconteSer.
[3] Humanitas entendida como cultura, educación y pedagogía propios de un ser humano libre que crece y cuida de sí y de sus expresiones, a la par que comprende y explica al mundo y a los semejantes que le rodean.
[4] Bachelard, G. La tierra y los ensueños de la voluntad. México. FCE, 1994 (el original francés data de 1947).
[5] Ibíd. “El metalismo y el mineralismo”, p.262
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.
[9] Daniel Duncan (1649-1735), Chymie naturelle, citado por Bachelard, Ibíd. p.274.
[10] Bachelard, G. Op.cit., pp.274-275.
[11] La idea es de Jerôme Baschet.
[12] Es Albert Camus quien desarrolla esta idea en El mito de Sísifo: “Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. En el caso de éste, vemos solamente todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, empujarla y ayudarla a subir por una pendiente cien veces recomenzada; vemos el rostro crispado, la mejilla pegada contra la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de greda, un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de este prolongado esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, llega a la meta. Sísifo contempla entonces cómo la piedra rueda en unos instantes hacia ese mundo inferior del que habrá de volver a subirla a las cumbres. Y regresa al llano./ Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. ¡Un rostro que pena tan cerca de las piedras es ya de piedra! Veo a ese hombre bajar con pasos pesados aunque regulares hacia el tormento cuyo fin no conocerá. Esa hora que es como un respiro y que se repite con tanta seguridad como su desgracia, esa hora es la de la conciencia. En cada uno de esos instantes, cuando abandona las cimas y se hunde poco a poco hacia las guaridas de los dioses, Sísifo es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.” (El mito de Sísifo. Madrid. Alianza, 2010, pp. 156-157).
[13] Bachelard, G. Op.cit., p.291. Bachelard cita el cuento de E.T.A. Hoffmann, Les mines de Falun. Los versos se traducen: Emergen como ojos rojizos/ desde la mina los metales (son de Joseph von Eichendorff (1778-1857) y fueron en su momento musicalizados por Robert Alexander Schumann (1810-1856)).
[14] Para la historia de Avelino Bazán (n.1930), dirigente minero desaparecido por la dictadura militar argentina en 1978 y de quien dijo su hija Mirta: “Mi papá siempre luchó por equilibrar un poco los diferentes niveles sociales, por achicar el sufrimiento de los obreros y sus familias. Por eso lo desaparecieron.” Rosa, la hermana de Avelino, lo sintetiza así: “Avelino era una persona bella, buena. Así era.” Para una semblanza de este minero y su voluntad solidaria, véase el homenaje que la Cámara de Diputados le rinde en 2008:
http://jujuyddhh.blogspot.mx/2008/02/homenaje-avelino-bazan.html

[15] México. FCE, 2006 (el original francés data de 1948, un año después de La tierra y los ensueños de la voluntad)
[16] Cfr. La tierra y las ensoñaciones del reposo. Op.cit., p.12.
[17] Ibíd., p.15.
[18] Ibíd., pp.118-119. El subrayado es nuestro.
[19] Ibíd., p.114. Bachelard, citando a Pierre Seghers (1906-1987), poeta y activista social durante la resistencia francesa.
[20] Ibíd. p.130, Verso de Rilke: Wewr jetzt kein Haus hat, baut sich keinen mehr.
[21] Álvarez Muñoz, Evaristo. Filosofía de las ciencias de la tierra. El cierre categorial de la geología. Biblioteca Filosofía en español. 2004, 355 pp. (ISBN 84-932477-7-4). 

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