Motivos conversacionales
pepitorios en la segunda parte del Quijote.
Dr. Humberto González Galván
Centro de Investigación Filosófica.
UABCS
Libro de “mucho entretenimiento lícito, mezclado con
mucha filosofía moral”[1],
la Segunda parte del Ingenioso Cavallero
Don Quixote de la Mancha (1615) mantiene igual intención que la primera:
“extirpar los vanos y mentirosos libros de caballerías, cuyo contagio había
cundido más de lo que fuera justo”[2].
Esta afirmación quizá sea una paradoja intencional de Cervantes; fingir aliarse
con la naciente ilustración para atacar desde dentro el desencanto del mundo
que la ilustración misma lleva en su seno. En todo caso nos corresponde a
nosotros sopesar ahora, cuatrocientos años después, su función rebelde en un
mundo en el que ha madurado ya aquel desencanto en ciernes. Porque eso es lo
que ha sucedido: nuestra época ha perfeccionado el desencanto y lo muestra en
flor justo en la medida en que muestra a la par sus más preciados frutos: la
tecno-ciencia.
Paradójico que sea justamente un libro de caballería (o
de anti-caballería, si se quiere) el que venga a resarcir el desencanto
equilibrando la balanza de una atmósfera desarrollista necesitada a gritos de
esa “filosofía moral” que Don Quijote
pregona porque, ¿no es la solidaridad humana o la justicia social de lo que
andamos tan necesitados hoy, en esta era de mercantilismo aciago? Ellos,
solidaridad y justicia, son dos de los valores que Quijotepropaga en sus
salidas aventureras. Uno de los motivos reiterados en la tercer salida de este
anti-héroe paradójico lo constituye en forma curiosa la proclama defensiva que
hace Cervantes de la autenticidad de su Quijote frente al apócrifo de
Avellaneda. Pues bien, incluso esta aparente vanidad de autor puede ser
concebida como elipsis aguda, irónica y maligna que afirma una autenticidad
bien enfocada: Quijote es Cervantes, no puede ser Avellaneda. Que cada quien
sea cada cual y que se fortifique así la multiplicidad. Todo emparejamiento
desarrollista es vituperable y la ilustración naciente lo está ya propiciando
desde el momento en que un autor pretende ponerse en el lugar de otro, como si
el talento personal fuera intercambiable mercancía. La actual tecnocracia,
cúspide histórica actual de la ilustración desarrollista, da fe de ello: todos
sus héroes se parecen en algo; o son inmortales o quieren serlo y no cesan de
renacer. No así el Quijote de Cervantes que acaba sus días en una apacible cama
luego de tanto esfuerzo zaherido. Don Quijote es único, es in-arremedable. Don
Quijote busca, a su manera…
…renovar en sí el felicísimo tiempo
donde campeaba la orden de la andante caballería. Pero [aunque] no es
merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron
las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus
espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de
los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los
humildes[3]
Así pues, querríamos nosotros ver aquí la voluntad de
re-encantar el mundo donde hoy campea la soberbia mezquina del mercado cuyas
necesidades hueras son, esas sí, fantásticas por falsas y artificiales; y no
así los auténticos héroes como el Quijote, que lleva a sus espaldas una valiosa
carga de perennes y nobles valores.
Es en el contexto de esta lectura, posmoderna y
hermenéutica, en el que se afianza una crítica a la globalización centrada en
el mercado; es en este contexto, decimos, en el que proseguiremos una breve
plática pepitórica con las últimas escenas de la segunda parte del Quijote. En
ellas ocurre algo notable: la rehabilitación del caballero andante, su vuelta
final a casa, a la normalidad y, con ello, asistimos a su muerte. Querríamos,
pues, conversar con algunos momentos de estas escenas y, desde ellas, poner
también a Freud en su propio diván estilístico con respecto al concepto de cura
psicoanalítica o puesta en fin de la terapia.
Serán los tres últimos capítulos del Quijote los que
harán de punto de partida[4],
aunque no descartamos volver a algunos otros capítulos a fin de despejar mejor
los andurriales de nuestra andanza conceptual. Así entonces…
…en el capítulo LXXII que lleva como encabezado “De cómo
don Quijote y Sancho llegaron a su aldea”[5]
tenemos como mito o trama central la garantía, validada incluso con notario y
testigos, de que este Quijote en el que está él ahora, quaaconteSer (Ereignis)
encarnado, es el auténtico, al igual que el gracioso Sancho que ahí, ad latere,aconteSe. Ambos son los
auténticos pues ambos están teniendo en ese juego de espejos literario, al que
ya nos tiene acostumbrados Cervantes, literaria validación… ¡notarial! Más allá
de considerar a este curioso hecho literario mera manía del viejo Cervantes por
reivindicar justos derechos de autor (que sin duda también está presente), querríamos
nosotros explorar-andar mejores y más profundos efectos hermenéuticos, por
ejemplo; la idea de curación en tanto vuelta a la normalidad… ¿en que escena de
éste capítulo podemos ver de reojo tal efecto? Cuando luego de firmada la
declaración legal, ante el alcalde del lugar y atestiguada por don Álvaro
Tarfe, avistador fantástico de los dos Quijotes (el de Cervantes y el de
Avellaneda), que por ese entonces corrían paralelos en dos mundos tan
simultáneos como diferentes, se encuentran comiendo juntos (don Álvaro y don
Quijote) y, en palabras de Cervantes…
Muchas [palabras] de cortesía y
ofrecimientos pasaron entre don Álvaro don Quijote, en las cuales mostró el
gran manchego su discreción, de modo que desengañó a don Álvaro Tarfe del error
en que estaba; el cual se dio a entender que debía estar encantado, pues tocaba
con la mano dos tan contrarios Quijotes [se entiende que el de Avellaneda y el
propio de Cervantes].[6]
Hay muchas otras escenas a lo largo de esta larga obra,
en la que se echa de ver la ambivalencia esencial del hombre Quijote-Cervantes
y, con él, del ser humano todo. Don Quijote y don Alonso Quijano dan muy bien
fe de esto en estos capítulos finales. Aquí encontramos un intenso clímax de
ella, de la ambivalencia esencial que nos marca a todos. Ambivalencia que
aparece ya en el mismo carácter oscilante del caballero de la triste figura:
¿es discreto y lúcido o, por el contrario, necio y loco? Es ambas cosas. Desde
el inicio mismo de la segunda parte (de ésta, de la auténtica), cuando el cura
y el barbero razonan con don Quijote acerca de su enfermiza fijación con los
libros de caballerías y los caballeros andantes, cuenta el barbero, para
ilustrar el mal de su amigo, la breve historia de un graduado en Osuna interno
en la casa de locos de Sevilla. La discreción y talento del dicho loco sólo
flaqueaban cuando se ponía en duda su identidad con Neptuno. Y si el barbero,
con la mejor intención, narra ese cuento para hacerle ver a su amigo la
semejanza de aquel loco con sus propios trastabilleos andantes, don Quijote es
enfático cuando le contesta:
Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el
dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo:
sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no
renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante
caballería.[7]
Y ya sabemos cómo se pinta ese felicísimo tiempo a su ambivalente
conciencia andante[8].
Porque eso sí, aunque a diferencia del loco de Sevilla, él no es Neptuno. Se sabe
sí mismo en su personal ambivalencia. No requiere la de otros. Vive su carácter
ambivalente en forma tan andante como la de su profesión. Hace su camino como
aquel que se sabía Neptuno, pero él no necesita ser Neptuno su ambivalencia no
tiene esa locura); se basta y sobra a sí mismo para sus propias
transformaciones: ya de Caballero de la Triste Figura a Caballero de los
Leones, ya de Caballero de los Leones a Pastor Quijótis… cuando su brazo armado
sufre triste y tramposa derrota ante el Caballero de la Blanca Luna[9].
Esta derrota le obliga, como responsable caballero de sí mismo que él es, a
cumplir el mandato de su pícaro vencedor: retirarse a casa y no tocar las
armas, por un año al menos. Hay que decir aquí que, aunque el combate fue la
trampa de un falso caballero (el de la Blanca Luna), la derrota del Quijote fue
noble y honrada, ¿cómo puede ser eso? No tienen desperdicio alguno sus
palabras, ya tendido en el suelo, a merced del ganador y asumiendo con orgullo
taciturno su destino. Así lo pinta Cervantes:
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera,
como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma dijo:
-Dulcinea del Toboso es la más hermosa
mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que
mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza y quítame la
vida, pues me has quitado la honra.[10]
Cumple así, a cabalidad, como caballero que es,
entregando su vida a quien lo derrotó. Ello le da honra en lugar de quitársela.
Se somete a la voluntad de su vencedor, sea quien haya sido; en este caso el
también desquiciado bachiller Sansón Carrasco, capaz de seguir a aquel en su
locura, disfrazado de Caballero de la Blanca Luna[11]
hasta hacerlo volver a casa… ¿cuál fue mayor locura? Así juzga Cervantes, en
boca de su personaje don Antonio Moreno, a aquel bachiller aguafiestas:
…Dios perdone el agravio que habéis
hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en
él! ¿No veis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de
don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos? …toda la
industria del señor bachiller no ha de ser parte para volver cuerdo a un hombre
tan rematadamente loco; y, si no fuera contra caridad, diría que nunca sane don
Quijote…[12]
El caso es pues que don Quijote cumple su palabra,
victoriosa en la derrota, y prosigue ambivalente en su enfermedad-salud. ¿Se
amarga por tener que dejar las armas y regresar a casa? En lo absoluto. Su
primera reacción, es cierto, luego de seis días encamado debido a los golpes
recibidos en cuerpo y alma, es mantener la esperanza de volver a sus andantes
aventura luego de pasado el año de obligada penitencia[13].
Mas de inmediato, apenas “desarmado y de camino”[14],
en su primerísima parada de descanso, urde ya una nueva transformación: en
llegando a su terruño se hará pastor de ovejas[15].
Como se ve, no hay minuto de reposo para este homo viator aventurero. Por sorpresa le hace saber a Sancho, su
escudero fiel;
…si es que a ti te parece bien, querría,
¡oh Sancho!, que nos convirtiésemos en pastores; siquiera el tiempo que tengo
de estar recogido. Yo compraré algunas ovejas y todas las demás cosas que al
pastoral ejercicio son necesarias, y llamándome yo «el pastor Quijotíz» y tú
«el pastor Pancino», nos andaremos por los montes, por las selvas y por los
prados, cantando aquí, endechando allá, bebiendo de los líquidos cristales de
las fuentes…[16]
El increíble Quijote se cura solo porque él es para sí
mismo su fuente más cara[17].
Sigue y prosigue su afán de hacerse eterno y famoso por los siglos de los
siglos[18],
-como el propio Cervantes- que si no ya con las armas de caballero, ahora será
con las letras bucólicas y amorosas del pastor. Ambos oficios, igual de
andantes o encantadores del mundo, son inspirados por la fuente inagotable de
los sueños y la imaginación ambivalentes de un hombre sosegado y bueno que a la
par es igual de terco y peleón. Quijote, a fuerza de platicar consigo y saber
tornarse otro sin dejar de ser él, puede transformar también a quienes le
rodean y con él platican. Sancho el primero, pero asimismo sus amigos, ¿no ya
el bachiller Carrasco fue capaz de de ser caballero de los Espejos y luego
caballero de la Blanca Luna?, ¿no asimismo barbero y cura aceptan con gusto
transformar sus propias vidas al grado de aceptar volverse pastores con su
amigo?
Quijote sabe quién es, aunque sea muchos o porque
precisamente es muchos,pero sobre todo porque platica con todos esos que él es.
Por ello -y con él su autor Cervantes- no soporta que otro que no es él
(Avellaneda) asuma ningún ángulo o perfil de los que sólo a él le corresponde
trazar. De ahí mismo, pues, que uno de sus últimos actos públicos haya sido
aclarar su auténtica identidad ante la ley de un juez y con testigo presencial
(don Álvaro Tarfe).De ahí también la radiante metamorfosis -metamorfosis que
alcanza incluso a sus amigos- que se inventa con entusiasmo, por sus próximas
futuras aventuras pastoriles. Transformándose él transforma a otros[19].
Juego de transfiguraciones que dan conciencia en vez de hacer perderla.
Si muy manoseada está la idea de que Sancho avanza en
cordura a medida que platica con su amo andante, menos manoseada -e igual de
correcta- nos parece la idea de que Quijote, al acercarse a su aldea con su
escudero andante, avanza en locura al abrazar, para escándalo de quienes bien
le quieren, quizá la mayor de todas ellas; morir. ¿Es morir una locura?, ¿qué última
y nueva locura es la que cura la locura de morir, o, mejor, de dejarse morir?
Dejarse morir no es locura… y sí lo es, en su bien
entendida ambivalencia. Esta nueva (y última) locura de Quijote es precedida
por su volverse cuerdo y renegar de sus libros de caballerías; dos conversiones
igual de radicales que la misma muerte. Sobre todo para alguien con tan
poderosa fuente personal como don Quijote. El tamaño de su imaginación y de sus
sueños, el tamaño de sus utopías y la valiente voluntad con la que las buscaba
concretar, son su inagotable fuente. Esta es tan formidable que sus amorosos
amigos se resisten a su muerte con un anticipado duelo. Porqueno fue ni “la
melancolía que causaba el verse vencido”[20],
ni siquiera “la disposición del cielo”[21]
los que provocaron la entrega del Quijote a su propia muerte, no. Esta entrega
trágica responde, más bien, a una nueva muestra del valor y fuerza de su brazo
que, ya armado de espada caballera o de bastón pastoril, ya midiéndose en el
campo de batalla o ya pastoreando en la floresta del monte, se desafía a sí
mismo en una nueva metamorfosis que intuye será la mayor de todas: su muerte. Y
lo hace ahora con el mismo sosiego con el que antes enfrentó al león que
transmutó su nombre de armas[22].
Ahora, aquel, el de la Triste Figura, el de los Leones, será, en esta su, ahora
sí, última refriega, decimos nosotros: el caballero de la muerte. Sí, de la
muerte, a la que vence en casa. Su valor sosegado vence a la muerte. Su campo
de batalla, el hogar. En su morada cumple, valeroso y sereno, su última
refriega.
Hemos estado hablando de transformaciones, mutaciones,
metamorfosis; hemos estado hablando de cambiar como se cambia mientras se
camina. Pasa el tiempo. Al andar el tiempo pasa y el espacio, a cada paso del
tiempo, es también otro. Eso fueron Quijote-Cervantes, ese fue el mundo
metafísico que mostraron. Nos lo están mostrando a nosotros como en su realidad
eterna lo mostraron: Quijote a sus amigos y Cervantes a sus lectores, que
seguimos siéndolo nosotros… ¿una pruebe más? Vale, va: su ultimísima obra
escrita y publicada (Persiles y
Sigismunda) lo mismo que, quizá, sus dos ultimísimas obras imaginadas (Las semanas del jardín y Bernardo)[23],
¿qué muestran como empeño humano? Lo mismo que mostró Quijote a su manera:
transformarse y morir.
[1]
“Aprobación” del Doctor Gutierre de Cetina, en Cervantes, M. Don Quijote de la Mancha. Op.cit.,
p.609.
[2]
“Aprobación” del Licenciado Márquez Torres, en Ibíd., p.611.
[3]
Cervantes, M. de. Don Quijote de la
Mancha. Barcelona. Instituto Cervantes. Crítica, 1998. Segunda parte, p.633.
[4]
LXXII, LXXIII y LXXIIII.
[5]Op.cit.,
pp.1204-1209.
[6]
Ibíd., p.1208.
[7]
Ibíd., p.633.
[8]
“…la defensa de los reinos [v.gr. pérdida de soberanía mexicana ante la entrega
de los recursos nacionales], el amparo de las doncellas [v.gr. feminicidios de
Ciudad Juárez], el socorro de los huérfanos y pupilos [v.gr. crimen de Estado
en Ayotzinapa], el castigo de los soberbios [v.gr. Enrique Peña Nieto, presidente
de México] y el premio de los humildes [v.gr. a los indígenas de México]”
(p.633). Lo puesto entre corchetes lo agrego yo para ejemplificar como sigue
haciendo hoy tanta falta tal oficio andante ante esas consecuencias vivas de la
ilustración tecno-científica y mercantil de nuestra depravada atmósfera epocal.
[9]Op.cit.,
cap., LXIII, p.1156 y ss. Querríamos aventurar aquí la hipótesis de que una
transformación semejante es la que está emulando el Subcomandante Marcos cuando
se convierte en Subcomandante Insurgente Galeano cuando éste (José Luis Solís
López) es asesinado (Cfr. “Entre la luz y la sombra”
(enlacezapatista.ezln.org.mx/2014/05/25).
[10]
Cervantes, M. de. Op.cit., p.1160.
[11]
Ya antes lo había enfrentado como Caballero de los Espejos, aunque en ese
trance fue él quien salió muy mal parado y molido (Vid. cap. XII y ss.).
[12]
LXV, “Donde se da cuenta de quién era el de la Blanca Luna, con la libertad de
don Gregorio, y de otros sucesos”, p.1162.
[13]
Ibídem.
[14]
Ibíd., p.1166.
[15]
LXVII., p.1174.
[16]
Ibíd., pp.1174-1175.
[17]GastonBachelard
lo señala a su propia lírica manera: “El hombre tiene una fuente inagotable; la
imaginación…” (¿?).
[18]
LXVII, p.1175.
[19]
Quizá el límite de esta generosidad metamórfica lo encuentre Quijote-Cervantes
con Avellaneda porque, en efecto, ¿por qué no permitir que otro de carne y
hueso entre también al juego? Sólo se nos ocurre suponer que en esta edad de
oro, para las letras españolas no quedaban aún claros los perjuicios ilustrados
del derecho de autor hincados en el mercado.
[20]
LXXIIII, p.1215.
[21]
Ibídem.
[22]
XVII, p.760 y ss.
[23]
“Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de Las semanas del jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura
mía (que ya no sería ventura sino milagro), me diese el cielo vida, las verá, y
con ellas fin de La Galatea, de quien sé está aficionado Vuesa Excelencia. Y,
con estas obras, continuando mi deseo, guarde Dios a Vuesa Excelencia como
puede./ De Madrid, a diez y nueve de abril de mil seiscientos y diez y seis
años./ Criado de Vuesa Excelencia,/ Miguel de Cervantes.” Los trabajos de Persiles y Sigismunda.-Historia setentrional-. Barcelona, 2006. (Texto preparado por
Enrique Suárez Figaredo). La cita corresponde a la dedicatoria “A don Pedro
Fernández de Castro”, p.18.En…
The Works of Cervantes: Other texts <http://users.ipfw.edu/jehle/wcotexts.htm>
URL:
http://users.ipfw.edu/jehle/CERVANTE/othertxts/Suarez_Figaredo_Persiles.pdf
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