martes, 24 de enero de 2012

UN VIEJO PENSADOR DE LA POLÍTICA



“No tengo ninguna esperanza. Como laico, vivo en un mundo en el que la dimensión de la
esperanza es desconocida. La esperanza es una virtud teologal. Las virtudes del laico son el rigor crítico, la duda metódica, la moderación, el cumplimiento del deber, la tolerancia, el respeto a las ideas ajenas, todas ellas virtudes terrenales y civiles.”

Norberto Bobbio, 1986

Por: Luis Domínguez Bareño



  Si a la palabra objetividad le tuviéramos que poner un rostro, sin duda el de   Bobbio   sería uno de los más merecedores de estar en ese lugar pues es un filósofo que en un diálogo profundo, constante e inteligente supo polemizar en la filosofía política a lo largo del siglo XX, y ha llegado a ser, sin duda, como me ha gustado llamarlo, el filósofo más civilizado de entre los polémicos, que no por civilizado es menos apasionado, y no por polémico es menos razonable.

  Bobbio fue un filósofo político abiertamente declarado liberal que, a pesar de estar constantemente bajo el ojo policiaco de la Italia fascista, jamás dejó de publicar sus escritos en una línea claramente a favor de la democratización de Italia y en contra de la represión contra judíos e izquierdistas; 45 años después, ante la caída del comunismo, al contrario de todos los intelectuales liberales que señalaban el acontecimiento como “el triunfo de la democracia” Bobbio veía el asunto –sumándose al punto de vista del filósofo Lituano Emmanuel Lévinas- como una “gran perdida para la democracia”, pues “el comunismo representaba definitivamente una espera”, una espera de “un orden social más justo.”

  Lo más atractivo y digno de rescatarse en alguien que procede de una disciplina como la filosofía, tan castigada y menospreciada so pretexto de objetividad, es que Bobbio, precisamente como filósofo, fue alguien que supo aplicar doctrinas puramente filosófico-fenomenológicas a problemas sociales y jurídicos reales, es decir fue capaz de llevar la filosofía a la práctica de manera correcta. También es de llamar la atención como encaró a la filosofía que estaba en boca de todos durante su generación: el existencialismo; y lo hizo de una manera magistral pues logró demostrar que, detrás de esa pomposa filosofía de la libertad, no se escondía más que una filosofía inspirada en un estado de ánimo digno de un ser angustiado e incapaz de superar el trauma que significó la Segunda Guerra Mundial. En el libro sobre el existencialismo de Bobbio se puede leer unas líneas demoledoras sobre el tema que versa así: la crisis actual reside en la dispersión de una realidad dolorosa en miles de realidades indiferentes, lo cual explica la apatía moral, el abandono a la corriente de la sociedad y de las cosas; reside en la ruptura de una única voluntad propia en miles de arbitrariedades, en el oscurecimiento de la claridad interior, en  cuyo lugar amenaza de nuevo el mito".

   Se podría hacer extensiva a Bobbio aquella alegoría que formula Jacques Derrida referente a “las políticas del nombre propio” que hacen los “filósofos que abordan la filosofía con su nombre, en su nombre”, “poniendo en juego su nombre, su biografía y todo aquello de porvenir político que tenga lo que sostuvieron”; y es que en un siglo tan sobresaltado, tan lleno de guerras y confrontaciones ideológicas como lo fue el siglo XX, donde la mayor parte de las personas se “abandonaban al juego de las alternativas demasiado tajantes”, fue Bobbio uno de los pocos pensadores que se asumió apostador por el diálogo y extendió el correspondiente puente de comunicación entre liberales y comunistas. El diálogo constante de Bobbio con los clásicos fue preciso y profundo.

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